El ilusionista René Lavand falleció hoy a los 86 años en una clínica de la ciudad bonaerense de Tandil, donde estaba internado desde la última semana.
Lavand, quien decía sentirse «amparado en la sutil mentira del arte, había nacido el 24 de septiembre de 1928 y murió en la madrugada de hoy en la Nueva Clínica Chacabuco.
Hijo único de Antonio Lavandera (viajante de comercio, y zapatero) y de Sara Fernández (maestra), vivían en ciudad de Buenos Aires. En 1935, contando con siete años, su tía Juana lo llevó a un espectáculo, quedó asombrado con la presentación de un mago llamado «Chang». Un amigo de la familia le enseñó un juego de cartas. Al tiempo, la zapatería del padre se fundió y la familia se mudó a Coronel Suárez.
En febrero de 1937 tenía nueve años, durante los carnavales, cruzando una calle cerca de su casa con sus amigos, un joven de diecisiete años en el auto de su padre lo atropelló aplástandole su brazo derecho (siendo que él era diestro). Se salvó parte del brazo, quedando un muñón de once centímetros a partir del codo.1
Lavand realizaba sus ilusiones con la única ayuda de su mano izquierda. Lejos de dejarse derrotar por la circunstancia de su accidente, Lavand practicó la cartomagia obsesivamente desde su infancia hasta alcanzar un completo dominio de la baraja. Para ello debió seguir un camino autodidacta porque «todos los libros y técnicas son para magos de dos manos».
Sin embargo, la atracción de los espectáculos de Lavand no radicaba exclusivamente en la asombrosa manera en que ha superado su discapacidad, sino en las historias (escritas en su mayoría por sus amigos Rolando Chirico y Ricardo Martín) con las que viste sus ilusiones, y en su expresivo manejo de la pausa y el silencio como recursos dramáticos.
Tras trabajar como bancario hasta los treinta y dos años, en 1961 -luego de ganar una competencia mágica en la especialidad llamada manipulación- se lanzó como profesional actuando en la televisión y teatros argentinos (Nacional y Tabaris). Desde 1983 viaja y es reconocido en Estados Unidos, Europa y Japón, donde realiza espectáculos privados y conferencias para sus colegas.
Su juego más famoso era la versión que realiza de un clásico de la cartomagia llamado «Agua y aceite»; en él utiliza una de las frases que definen su arte: «no se puede hacer más lento». Fue él quien acuño la palabra «lentidigitación» que, en contraposición a la prestigiditación, define a la ilusión ejecutada lentamente a fin de llevar la imposibilidad a su máxima expresión. Otra de sus frases recurrentes en sus presentaciones en televisión, al enfrentar algún plano medio de cámara es «La cámara implacable no me deja mentir…».
Otros conceptos clave de su arte eran «añadirle belleza al asombro», y la búsqueda de «la belleza de lo simple». Lo primero lo conseguía a través de los cuentos, poesías y música que utiliza en sus presentaciones. Y lo segundo, llevando sus movimientos, gestos y palabras a lo esencial, logrando así un mayor asombro y disfrute por parte de los espectadores. La ilusión en la que más lo consegía era -según sus propias palabras- «Las tres migas»: en ella tres migas de pan aparecían una y otra vez dentro de un pocillo de café, a pesar de haber sido claramente arrojadas fuera de la mesa.
Tenía algunos «discípulos», como prefería llamarlos, que lo visitaban en su casa para aprender su arte de cerca; para ello acondicionó un vagón de tren que utiliza como salón de magia. También grabó videos, y publicó varios libros técnicos para sus colegas. Para el público en general escribió sus memorias: «Barajando Recuerdos». En ellas contó anécdotas de una vida dedicada a recorrer el mundo llevando su arte único, junto a la transcripción de algunas de las historias que narraba en sus juegos.