Con el resultado del comicio del domingo aún abierto, nadie duda que el próximo presidente del Brasil deberá encarar un agresivo programa de reformas económicas
Ningún experto en demoscopia se atreve a aventurar en este momento quién ganará en la próxima elección presidencial brasileña del domingo, si Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), o Aécio Neves, del más conservador Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB), que aparecen prácticamente empatados en los sondeos. Pero todos los economistas, de uno y otro lado, coinciden en que, gane quien gane, el país se enfrentará a un ajuste amargo y que lo primero que deberá hacer el nuevo presidente será cuadrar las cuentas públicas de Brasil. La lenta marcha de la economía brasileña, atascada en la actualidad en una recesión técnica, no sólo afecta al empresario que vende menos o al trabajador que se ve inseguro frente a un futuro incierto y oscuro. También lastra al Gobierno (sea del color que sea), que recauda menos. Y Brasil cerrará este año con un crecimiento anémico; en el mejor de los casos, no superior a un 0,7%.
En sus cuatro años al frente del país, Rousseff trató de mantener, a base de subir el salario mínimo y estimular el crédito barato, el nivel de renta de los trabajadores para alimentar la rueda del consumo. Pero la fórmula estaba ya saturada y los empresarios no lograban el mismo beneficio que años atrás. La inversión cayó. Desde 2011, para estimular una economía que ya no crecía tanto como años atrás, el Gobierno de Rousseff, intervencionista por naturaleza, concedió subsidios a la industria a fin de mantener el empleo, y mantuvo los intereses de los bancos públicos a tasas artificialmente bajas para que no se bloqueara el consumo y la inversión. Lo primero funcionó: el desempleo aún está en un loable 5%. Pero lo segundo no del todo.
Así, la economía se ha vuelto el eje de la campaña electoral. En todos los debates, Aécio Neves acusa a Rousseff de haber llevado al país a la recesión y se propone como el rescatador de una economía gripada. Su frase preferida es “volver a crecer”. Neves recrimina a la presidenta haber descuidado las obras públicas, esto es, no haber finalizado muchas de ellas y llevar la inflación a un nivel peligroso, más allá del 6,5%.
Rousseff se defiende argumentando que la coyuntura internacional ha sido muy adversa. Y replica que Brasil ha sido uno de los pocos países que, a pesar del descalabro financiero mundial, consiguió crear empleo y sacar a personas de la pobreza. Con todo, la presidenta reconoce que se han producido errores (ya ha anunciado que sustituirá a su criticado ministro de Economía, Guido Mantega) pero asegura que el país tiene de nuevo listas las bases para volver a crecer en cuanto la marea internacional pinte mejor. “Usted es un pesimista cuando se pone a hablar de economía”, atacó a Neves en el último debate televisado. “Bueno, yo no, señora: son los números del FMI”, replicó su rival.
Las recetas económicas de los dos candidatos para enfrentar este ineludible periodo de ajustes no están claras: ninguno de los dos las ha explicitado en su programa para ahorrarse críticas antes de tiempo. Como máximo alarde, Rousseff habla siempre de preservar como sea los empleos y Neves de generar nuevos puestos de trabajo.
En opinión de Toni Volpon, responsable de los análisis para América Latina del banco Nomura Securities, la vuelta al crecimiento pasa, se quiera o no, por un aumento de impuestos y la subida del desempleo. Este experto considera que Neves, de ideología más liberal, llevará a cabo este ajuste más rápidamente, beneficiándose del apoyo de los mercados financieros, mucho más proclives a su candidatura que a la de Rousseff.