La última encuesta publicada en Brasil ha sacudido de nuevo la campaña (y el país) y revela algo que parecía imposible un mes atrás: la presidenta Dilma Rousseff, vuelve a estar en cabeza con apreciable distancia. A finales de agosto, la candidata Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño (PSB), subía 15 puntos de una tacada en las encuestas y, de golpe, se colocaba como la favorita de la carrera electoral para gobernar Brasil. Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT) aguantaba a duras penas el tirón y quedaba empatada con ella. Silva se benefició entonces del efecto sorpresa de convertirse en un día en candidata titular tras la muerte en accidente de avión del aspirante oficial del PSB, Eduardo Campos. La ex ministra de Medio Ambiente capitalizó bien la conmoción que envolvió al país tras el accidente y abanderó, según ella, una nueva manera de hacer política. Menos de un mes después, todo ha cambiado: una encuesta hecha pública ayer por el diario Folha de S. Paulo, revela que la presidenta se ha despegado de su rival y que la supera en 13 puntos, lo que se traduce en cerca de 15 millones de votos. En una semana, Rousseff ha conseguido superar a Silva en seis puntos porcentuales, lo que muestra la (ahora) trayectoria descendente de Silva y la (ahora) ascendente de la actual presidenta. Toda una montaña rusa.
Hasta el punto que hay especialistas que aseguran que si la tendencia se mantiene, Rousseff, que hace un mes contemplaba con cierta impotencia el huracán Silva, podría ganar en el primer turno, que se celebra el próximo 5 de octubre, esto es, en ocho días: para eso sería necesario obtener más del 50%. El tercer candidato en discordia, Aécio Neves, aunque sube algo en sus proyecciones de voto, sigue aún situado en un tercer lugar. Las elecciones brasileñas, por ahora, siguen siendo una cosa de dos mujeres.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha podido Silva desinflarse así? Si uno observa la trayectoria electoral de la candidata del PSB parece el vuelo de una bala de cañón: asciende desde mediados de agosto, llega a su punto más alto el cinco de septiembre y desde entonces no deja de caer.
Cuando empezó su carrera hacia la presidencia (y su meteórica ascensión), muchos especialistas aseguraron que el verdadero enemigo de Silva era el tiempo. El factor sorpresa le había beneficiado pero, pasada la primera estupefacción y encajado el primer golpe, la maquinaria electoral del Partido de los Trabajadores (PT) comenzaría a minar el efecto Marina.
Rousseff, por ley, y debido a las alianzas políticas de su partido, goza de muchos minutos más en televisión al día para hacer campaña. El PT dispone de más de 11 minutos y el PSB no llega a tres. Y Rousseff lo ha sabido aprovechar: centró esos mensajes en deslizar que si Marina Silva ganaba, muchas de las conquistas sociales conseguidas con el PT (salarios sociales a las familias más pobres, subvenciones para vivienda…) iban a desaparecer. Silva se ha esforzado durante todos estas semanas en desmentir eso. Pero el mensaje ha calado. Sobre todo en las clases sociales que tanto Silva como Rousseff se disputan, la denominada clase C, la nueva clase media brasileña, compuesta por 30 millones de personas que han abandonado la pobreza en la última década, gobernada por el PT.