Lo ocurrido en Chubut, con la comunidad alzada contra la aprobación de una ley que encierra todas las mañas de la política, puede ser el primer paso de una larga lista de furias populares contra gobiernos y políticos.
Cada día es más notoria la distancia entre la agenda de la gente y la del poder político. Mientras aquella pena por llegar a fin de mes, observa como se angosta su futuro y padece las consecuencias de una mala praxis gubernamental que deteriora la calidad de vida, destruye empleo y multiplica la pobreza y la marginalidad, los políticos pretenden que alguien sea tan ingenuo para creer que sus patéticas peleas por el poder, su pobre lenguaje conceptual y su grosera búsqueda de la defensa de sus propios intereses esconden alguna importancia para el conjunto de los argentinos.
La aprobación en Chubut de una ley de minería acaba de desatar un pequeño «que se vayan todos» que nos refiere por un instante a momentos dramáticos de la historia nacional.
Una ley aprobada sorpresivamente, una actividad que está todavía a la espera de un debate serio que permita saber cuales son las garantías reales de que puede ser llevada adelante sin suponer un riesgo a la salud pública y la pureza ambiental, y otra vez el fantasma de la corrupción, la soberbia y el desprecio por la opinión pública, tres elementos que parecen definitivamente incorporados a la vida política del país.
Chubut se conmueve con una cuestión en la que es difícil diferenciar entre las cuestiones puntuales vinculadas a la minería y el simple y llano hartazgo que los argentinos muestran cuando se hala de política o simplemente un protagonista de tan desprestigiada actividad asoma su cara en la pantalla o aparece en un lugar público. Tal vez la nota distintiva sea que en la provincia patagónica, sin alguien que liderara u organizara, sin micros para movilizar ni consignas prefijadas, la población salió a la calle y dejó en evidencia que no va a parar hasta que su voz sea escuchada.
Las respuestas del poder fueron, una vez más, tratar de cortar los hilos más débiles de su estructura. Un comisario separado, acusaciones entre unos y otros, explicaciones formales tratando de mostrar lo que todos perciben que no fue en materia de funcionamiento parlamentario y un eterno tratar de desviar la atención hacia lugares en los que la gente ya no está dispuesta a ser arrastrada. (Ver: Chubut: la minería dispara la puja entre la política y la gente).
¿Hasta cuándo será posible continuar adelante en una sociedad que ha dejado de creer en quienes deberían guiarla?. ¿Es posible evitar la anarquía que comienza a percibirse en todos los órdenes de nuestra vida social, política, económica e institucional?.
¿En qué esquina espera agazapada la chispa que encienda un infierno similar al de 2001, pero con una sociedad más debilitada, más necesitada y seguramente más decepcionada?.
Mientras allá en Chubut la gente se moviliza, el puerto se cierra, la sociedad civil comienza a tomar sus propias represalias y los caminos del diálogo parecen angostarse hasta no aceptar ni siquiera el paso de dos opiniones, en la populosa Buenos Aires el presidente y las principales figuras de la política argentina pierden horas de trabajo en actos que a nadie interesan, peleas palaciegas y ese imbécil juego de mirarse el ombligo para ver quien tiene más poder.
Aunque después no sepan que hacer con él…