Otra la cadena nacional -que ya supera en emisiones a Bonanza- nos devolvió la imagen de gobernantes que toman lo público como si fuese propio. ¿No es ya la hora de tirar esa cadena?.
Cristina inauguró algunas cosas ya inauguradas en abril y sostuvo videoconferencias con la misma enjundia con la que Crónica da paso a un móvil que nos cuenta que un perro se enamoró de una esquimal y se fue trotando hasta Alaska.
Es decir, cosas que distan mucho del «estado de conmoción o circunstancia excepcional» que la ley fija para el uso de un instrumento que, entre muchas otras cosas, suspende por un tiempo determinado la libertad de emisión de los medios que componen el espectro nacional.
Si estuviésemos en un país serio deberíamos detenernos en los millones de pesos en pauta publicitaria que pierden las empresas en cada stand-up presidencial, para luego no andar como zombies preguntándonos porque quiebran, cierran o lanzan trabajadores a la calle. Pero en Argentina hablar de contratos o intereses privados supone una costumbre propia de habitantes de Kepler-452b, el flamante planeta descubierto por la NASA y al que confesamos comenzar a tener ganas de frecuentar.
Pero todo tenía un sentido fundacional: mostrar a Alicia Kirchner y su sonrisa eterna y a su hijo Máximo y su mirada confiable.
Un ejemplo de lo que no debe ser que viene en este caso acompañado de una realidad aún más preocupante, como lo es el hecho de que todos nos demos cuenta del disparate pero tan solo a unos pocos parezca importarle.
Porque usted, querido lector, coincidirá conmigo que este atropello representa mucho más al «ser nacional» que el rechazo que pueda despertar. Hace ya mucho tiempo hemos explicitado que la ley no nos importa, la corrupción nos afecta solo si nos deja afuera y la burla de nuestros derechos no es otra cosa que una deseada sodomía a la que nos someten nuestros gobernantes.
Por eso tal vez haya llegado la hora de tirar la cadena…y ver a que lejano y oscuro lugar vamos a parar.