LOS LÍMITES QUE JAMÁS CRUZAREMOS

Lo peor que puede ocurrirle a un a sociedad es acostumbrarse a vivir en la violencia al punto de no darse cuenta ante la presencia de hechos que la disparan.

La crispación argentina, algo que creímos dejar de lado hasta hace poco más de una década, se ha convertido en una cuestión cotidiana y habitual que bien puede confundir al que la observa desde afuera.

Hace pocas horas un profesional amigo, que desde hace años vive en el extranjero y por estas horas nos visita, me confesaba que lo sorprendía el nivel de agresividad que encuentra entre nosotros.

Y el diagnóstico adquiere mayor gravedad cuando quien lo hace…reside habitualmente en Venezuela, lugar que no se caracteriza por la paz social, la seguridad y la unidad de sus ciudadanos.

Pero en las últimas horas algunos hechos, que ya no pueden ahora ser considerados aislados, encienden luces rojas que deberán apagarse pronto si no queremos que sean tal vez la señal de largada de una violencia incontrolable.

Lo ocurrido alrededor de la figura de Anibal Pachano y los medicamentos para el tratamiento del HIV y lo que ahora sucede en torno al conductor televisivo Marcelo Tinelli, quien en su exitoso programa habló justamente de estas cuestiones y señaló al gobierno como el gran promotor de los enfrentamientos, son dos cuestiones que no podemos pasar por alto.

Porque en ambas, y sólo por pensar distinto al relato oficial, ambas figuras fueron amenazadas de muerte.

Y porque quienes se atrevieron a cruzar esa línea de civilización lo hicieron sin ocultarse, con su nombre y apellido y siempre esgrimiendo su “pertenencia” al supuesto modelo oficial.

Alex Freyre y Luis D’Elía se sienten impunes, o lo que es peor, saben que lo son.

Perciben que desde los despachos de gobierno se mirará para el costado cuando ellos, u otros como ellos, insulten, amenacen o aprieten a quien se atreva a criticar a la Presidente o a su gestión; y lo más triste es que tienen razón.

Pero la gran pregunta que todos deberíamos hacernos es acerca de lo que va a pasar cuando este tiempo de impunidad termine y el país vuelva a la normalidad que corresponde a una sociedad civilizada, pero en ella queden enquistados estos sujetos violentos, enfermos, que tanto daño han hecho y a tantos han denigrado.

Deberemos todos hacer un esfuerzo de equilibrio, entender que no podemos convertirnos en vengadores y asumir que ser civilizado supone también la obligación de demostrarlo cotidianamente.

Aunque ellos sigan con sus bravatas y hagan del odio un estilo de vida, nosotros no podemos ni debemos caer en la provocación.

Porque si realmente deseamos que paguen por sus desmanes, el peor castigo al que debemos someterlos es el de vivir en una sociedad distendida, amable y respetuosa del otro; algo que para los Freyre, los D’Elía y tantos otros supondrá un verdadero martirio.

Cualquier otra actitud nos convertiría en uno de ellos…y nada puede ser más triste.