Mar del Plata y los narcos: un viejo romance que nadie quiso ver

(Escribe Adrián Freijo)Mar del Plata siempre estuvo en la mira de los narcos. Ya hace treinta años, mientras el poder,la gente y la prensa miraban para el costado, el flagelo avanzaba.

Corría la década del 80 cuando nuestra ciudad comenzó a padecer gravemente el problema del narcotráfico. Si bien algunos lo ubican como naciente en la época del Proceso -por aquellos años una investigación de LIBRE EXPRESIÓN concluyó que la dictadura pagaba con droga a quienes integraban las bandas paramilitares y que la actividad se centraba en el V Cuerpo del Ejército con sede en Bahía Blanca-  lo cierto es que con el retorno de la democracia y con ella el de la posibilidad de enterarnos y hablar, tomamos nota de un problema que adquiría día a día mayor gravedad.

Ocurre que las autoridades de entonces no querían ver el problema, la prensa estaba más preocupada por borrar su pasado procesista que por investigar lo que pasaba y la gente, tal vez cansada de todo lo que tuviese que ver con la violencia, prefería mirar hacia el costado y convencerse que estas cosas nunca iban a instalarse en la Argentina.

Se acuñó entonces aquel absurdo de «país de paso», como si el hecho de ser cierto no hubiese sido suficientemente grave como para darnos el lujo de no combatirlo.

Algunos, en la más absoluta soledad, predicábamos en el desierto dando datos, nombres, circunstancias y líneas de acción de los traficantes. Pero todo era inútil; aquella indiferencia cómplice de los gobernantes, aquel silencio de los medios y la eterna comodidad de la sociedad hicieron que los incipientes dueños de la muerte tuviesen más protección de la que podíamos conseguir quienes nos animábamos a denunciarlos.

Y el problema fue creciendo, la impunidad se fue sosteniendo en negocios con la policía de la provincia y también con sectores de la justicia, y Mar del Plata se convirtió en una zona liberada en la que no sólo se trafica y se consume sino que además ahora se procesan diferentes tipos de drogas.

Las declaraciones en distintos medios de la socióloga Laura Etcharren no sólo sostienen una verdad a voces sino que no suponen ninguna novedad. Aunque por la trascendencia de las mismas «se ponga en funcionamiento la justicia, se inicien investigaciones y se busque deslindar responsabilidades».

Una vez más la prensa independiente es el camino para explicitar algo que todos sabemos y percibimos. Pero también y seguramente será el lugar donde los hechos sacados a la luz tengan principio y final. Porque si algo se ha mantenido inmutable a lo largo de estos treinta años son las complicidades, el miedo y la poca voluntad de dar en serio una pelea tan necesaria como esta, en la que está en juego la supervivencia de la sociedad.

Mar del Plata lleva décadas siendo terreno fértil para el narcotráfico. Su puerto se ha convertido desde la legendaria «Operación Langostino» hasta la actualidad en un agujero negro por el que sale impunemente la droga hacia los más diversos puertos del mundo. Y a pesar de lo obvio de la situación, nadie hace nada.

Pero en cada esquina de esta ciudad -teóricamente plagada de policías y aíta de pintadas naranja- la droga se comercializa en todas sus variantes y los delitos se cometen bajo el efecto de los estupefacientes adquiriendo cada vez más violencia y extendiéndose sin control alguno.

O tal vez bajo el control de quienes justamente quieren que la mayor cantidad de gente posible termine dependiendo de la droga para servir a los fines de los poderosos.

No nos engañemos, lo que denuncia la socióloga y publica 0223.com es de una verdad absoluta. Pero para que esa verdad se convierta en un principio de solución, la droga debería dejar de financiar la política, la policía y la justicia.

Y eso en Mar del Plata y en la Argentina es una realidad inmodificable desde hace décadas. Y une en los hechos reales al Proceso con la democracia.

Que para los narcos, en definitiva, son la misma cosa.

Nota de Redacción: El presente artículo fue publicado en LIBRE EXPRESIÓN  el 29 de abril de este año.