MAR DEL PLATA Y UN EJEMPLO DE COMO HACER POLÍTICA

El acuerdo alcanzado por el intendente Guillermo Montenegro y el bloque de concejales de Acción Marplatense marca el camino que el país debería seguir para salir de la crisis terminal que padece hace décadas.

 

Es verdad que se trata de una cuestión de mutua conveniencia nacida al amparo de frágiles mayorías que el oficialismo no logra superar para eludir las zancadillas de un Frente de Todos cuya única estrategia parece ser el desgaste de la acción de gobierno.

Y que Acción Marplatense, disminuido a su mínima expresión parlamentaria en muchos años, busca remontar la cuesta para volver a ser opción de gobierno en un distrito que manejó durante ocho años representando la vieja tradición municipalista marplatense.

Pero es que la política, cuando se trata de administrar le cosa pública, es sobre todas las cosas eso: el cuidado de los intereses comunes por sobre las interpretaciones, ideologías y aspiraciones propias.

Y el acuerdo alcanzado, que revive la última agenda seria de desarrollo que la ciudad logró consensuar tras un largo trabajo de debate y estudio en el que intervinieron los más diversos sectores sin el apuro de cualquier tiempo electoral y que se plasmó en el Plan Estratégico 2012/2030 para luego complementarse conceptual y presupuestariamente con el Plan de Acción acordado con el BID en la Iniciativa de Ciudades Emergentes y Sostenibles (ICES), significa mucho más que un paso en el sentido correcto.

Representa un verdadero ejemplo de lo que debería ser una norma en la vida política nacional a partir de la cual las distintas formaciones partidarias encontrasen espacios comunes, líneas directrices que permitan la continuidad de aquello que le sirve a la sociedad y sobre todo la capacidad de terminar con la siniestra costumbre de creer que la historia comienza cuando uno llega.

En 2015 el olvidable gobierno de Carlos Fernando Arroyo llegó con la única intención de demoler y demonizar todo lo que tuviese que ver con su antecesor. En vez de gobernar el patético personaje se dedicó a denunciar -sin haber podido comprobar una sola de sus acusaciones, ni en los tribunales ni en los propios organismos de control del estado- y tratar de imponer una agenda vieja y mohosa que, entre otras cosas, pretendía enseñar a las señoras a barrer las veredas e indicarles el tiempo que tenían que utilizar en peinarse.

Pasado el tiempo del bochorno, que marplatenses y batanenses supieron castigar ominosamente en las urnas, este acuerdo de gobernabilidad que otorgará al intendente el presupuesto -instrumento sin el que se hace muy difícil salir adelante en una economía volátil e inflacionaria como la nuestra- es un soplo de aire fresco que nos indica que hacer política aún es posible.

Y que esperamos se convierta en brisa refrescante y luego en viento constante y a favor que lleve a General Pueyrredón a la costa segura del desarrollo que por historia e importancia merece.

Dar el primer paso es posible y ambas fuerzas políticas acaban de demostrarlo, en lo que es un «rara avis» en la Argentina de las grietas, los egoísmos y la política de espaldas a la gente.

Mar del Plata, una vez más, muestra su propia singularidad política.