Cuando se refería a un tema que él mismo puso entre las cuestiones no prioritarias -el arreglo del estadio Minella- introdujo una frase que debería definir la gestión de aquí en más: «gestionar no es llorar».
En una Argentina en la que desde haces tres décadas cada gobernante, sin importar la jurisdicción que le toca comandar así sea la república o el más pequeño de los municipios, elige justificar su incapacidad en las responsabilidades de quien lo precedió en el cargo, la frase dejada al pasar por el intendente de General Pueyrredón Guillermo Montenegro cuando, refiriéndose a un tema al que él mismo puso en valor al decir que «yo no estoy administrando mi dinero, estoy administrando el de los marplatenses y entiendo que había otras prioridades», puede convertirse en un eje conceptual de una gestión que busca tomar impulso tras dos años de una situación de excepción, muchas urgencias y sobre todo demasiadas acechanzas de quienes, desde la oposición vernácula y un kirchnerismo provincial y nacional que observa con preocupación la imagen blindada del jefe comunal en uno de los distritos electorales más importantes del país comienza a incorporarlo hoy a la lista de dirigentes a «lijar» políticamente a punto tal que ya hoy plantea entre sus urgencias buscar una figura alternativa a la de Fernanda Raverta para enfrentar en 2023 al hombre que, desde la nada, se llevó puestas las expectativas de dirigentes del predicamento de la radical Vilma Baragiola o la ultra promocionada titular de la ANSES que en 2019 contó con el frenético apoyo de la dupla Alberto-Cristina y en 2021 con la caja más importante del país que utilizó a discreción y caso hasta la obscenidad.
«Gestionar no es llorar» sostuvo cuando iba a referirse a la exigencia planteada por sectores de la oposición con respecto al arreglo del estadio José María Minella. Y bien pudo utilizar esa frase, a pocas horas del lacrimógeno discurso del presidente Alberto Fernández culpando a Macri, a Menem, a De la Rúa y al proceso militar agotado hace cuatro décadas de todos los males de su fracasada gestión y apenas horas antes de que el gobernador Axel Kicillof descubriese, dos años después, que todos los índices negativos de su distrito son exclusiva responsabilidad de su antecesora.
Y seguramente no es casualidad que el jefe comunal la haya elegido para ingresar en una cuestión que él mismo tildó de menor: casi podría afirmarse que sabía que todo el arco opositor ya tenía preparada la respuesta a su discurso y saldría a plantear que no existe un modelo de ciudad.
La apresurada afirmación de Marina Santoro, disparada en su furia implantada como chip de lealtad por un kirchnerismo duro en el que aún sueña con ser tenida en cuenta para algo más que ser el indio que siempre confunde al malón, y la no menos incómoda de Horacio Taccone -que tal vez buscara más poner un pie dentro del arco del Frente de Todos que analizar con detenimiento la palabra de Montenegro- no hicieron otra cosa que dar marco a una idea fuerza que los hombres del intendente deberían tomar como eje de su comunicación con la gente. Fue evidente que la oposición ya había armado un discurso anterior al mensaje del jefe comunal y no atinó a prestar atención a una definición que, por su contenido de filosofía política en su estado más puro, ponía el debate en otro sitio.
«Gestionar no es llorar» representa abandonar las justificaciones y dar respuestas concretas a los pedidos del vecino. Pero también un mensaje para quienes solo buscan en la descalificación del adversario la justificación de su falta de ideas y proyectos.
Llorar es quejarse, llorar es señalar con el dedo los errores ajenos sin ofrecer ideas alternativas, llorar es culpar a los marplatenses y batanenses por elegir con su voto opciones que ni siquiera tienen en cuenta las tendencias nacionales o provinciales, llorar es tratar de omitir años de sinrazón que alejan a la gente de aquello que les ofrecemos.
Gestionar es ponerle el pecho a los problemas e ir por las soluciones. Aunque al hacerlo corramos el riesgo de caer en la red traicionera de quienes, lejos de toda responsabilidad, encuentra en el reino de las palabras el arma necesaria para lastimarnos y descalificarnos. Que en eso y no en otra cosa se ha convertido la política en la Argentina y especialmente en Mar del Plata.
«Gestionar no es llorar»… y en la ciudad de las quejas y las lágrimas ello puede marcar una tendencia y plantear a los afectos a la queja y el lamento una obligación que no parece estén preparados para asumir.
Tal vez, si entendieron el mensaje, los indignados de siempre tengan que comenzar a hacer política en serio.
Las palabras de Montenegro, en comunicación política, son lo que se define como una idea fuerza. Y las lágrimas nunca fueron el arma de los fuertes.
Cuidado…alguien está pensando antes de hablar, y eso en la política lugareña de hoy es toda una novedad.