Nacer con estrella o estrellado marca la vida

Si nacer fuese una lotería, hacerlo en Suiza representaría un Gordo de Navidad que siempre toca, y en Afganistán un tongo para el 25% de los boletos. Según Unicef, la tasa de mortalidad infantil en este país de Asia Central entre niños menores de cinco años es de 275 por mil, la más elevada del mundo. De los que sobreviven, más de la mitad presenta retraso en el crecimiento y el 70% de la población carece de agua potable. La insurgencia talibán ha acabado por alejar definitivamente a san Mateo, patrón de los loteros, de la vida de los afganos, pues su actividad dificulta llevar a cabo las campañas de vacunación contra la polio, una enfermedad paralizante endémica en el país -igual que en Nigeria y Pakistán-, y contra el sarampión o el paludismo, principales causas de muerte infantil.

Una realidad a años luz de Suiza, la mejor nación en la que venir al mundo, según un documento elaborado por The Economist Intelligence Unit (la consultora de análisis económico e industrial perteneciente al grupo del diario The Economist). En el país helvético la tasa de mortalidad infantil ronda el 4 por mil, y las mencionadas afecciones prácticamente no existen; como sucede en el resto de Europa, es un país libre de polio desde 2002. El 86% de su población está vacunada contra el sarampión y, aunque entre una y tres personas mueren al año por malaria, esta generalmente es contraída en países subsaharianos.

A tenor del informe, las naciones europeas son pequeñas, homogéneas, con democracias liberales y en paz, la mejor cuna para un recién nacido, algo muy lejos del Afganistán de 2014. Para llegar a esta conclusión, The Economist Intelligence Unit ha utilizado una serie de parámetros que van desde el número de escaños ocupados por mujeres en el Parlamento a la esperanza de vida, pasando por el índice de divorcios y de precipitaciones anuales. Curiosamente, el número de parlamentarias podría llevar a pensar que Afganistán y Suiza se parecen más de lo que realmente lo hacen. En el país centroeuropeo, ocupan el 30,5% de los escaños, mientras que en el asiático son el 27,7%. De hecho, el Parlamento de Kabul posee más féminas que alguno en nuestro continente.

Pero las verdaderas diferencias están en la calle. Por ejemplo, en los ‘Bacha Posh’, que significa literalmente vestir a una niña de niño. Las familias lo hacen con sus hijas, presionadas por razones económicas y sociales, cuando no consiguen tener varones. Sucede fundamentalmente en el entorno rural. Irónicamente, y en la situación actual del país, uno de los más peligrosos del mundo donde nacer mujer según Naciones Unidas, ser ‘Bacha Posh’ significa salir, ir a la escuela, trabajar y llevar dinero a casa. El día en el que alcanzan la pubertad han de colgar los hábitos de chico y, prácticamente, la libertad.

Foto: © UNICEF. NYHQ2013-0464. Esiebo
Carmen Garriga ha pasado siete años trabajando en Kabul con Naciones Unidas. Rememora lo que más le chocó cuando llegó al país. «Veía muchos niños pelirrojos, lo cual me hacía cierta gracia porque contrastaba con sus grandes ojos que pintan con kohl, también los chicos, para que resalten. Hasta que me enteré de que es uno de los síntomas de desnutrición infantil».

Los índices de malnutrición y deficiencias vitamínicas de Afganistán son de los más altos del mundo, junto con los de República Centroafricana, Angola, Níger o Chad. Suiza, por su parte, es el cuarto país con mayor renta per cápita del globo y los padres pueden optar a una prestación mensual por hijo que va de los 175,70 hasta los 217,30 euros, dependiendo de la edad del niño, y que puede extenderse hasta los 25 años del vástago en caso de que esté estudiando.

A esto, obviamente, no existe réplica afgana. «Allí, en cuanto un bebé puede andar está en la calle. Los ves corriendo desnudos, y a partir de los siete años los pocos que van al cole lo hacen solo durante tres horas, en la escuela de día o en la de noche». Según la UNESCO, la tasa de analfabetismo es del 50%, y cinco de cada seis mujeres no saben leer ni escribir, predominantemente en zonas rurales, las muchas que se esconden entre las altas cordilleras afganas, que ocupan el 70% del país y lo convierten en uno de los más montañosos e inaccesibles del mundo.

Incluso así, Garriga ha pasado la mayor parte de su reciente embarazo en Kabul, aunque acudió a dar a luz a Barcelona. «Tengo medios y puedo ir a buenos hospitales en Afganistán. A pesar de ello, la máquina con la que me hicieron las ecografías debía de tener unos 30 años. Cuando pensé en dar a luz allí, mi marido ni se lo planteó», explica.

Según Unicef, la mayoría de los niños afganos que mueren lo hacen por enfermedades fáciles de prevenir, como la neumonía o la diarrea. «La sanidad está obsoleta. Compañeros míos de un nivel económico medio se han llevado a sus hijos a la India cuando han sufrido problemas de salud», añade Garriga. Aproximadamente la mitad de la población afgana, algo más de 31 millones de habitantes, tiene menos de 15 años como consecuencia de la corta esperanza de vida. «He cumplido 42 años y ya hablan de mí como de una mujer mayor», comenta Garriga. Aun así, señala, poseen «algo que nosotros no tenemos, les falta la instrucción en los colegios, pero tienen educación en casa. La familia se encarga de los niños y de los ancianos». O no tan ancianos. Su esperanza de vida es 22,7 años menor que la de los suizos, que en 2013 se convirtieron en la nacionalidad más longeva del planeta, incluso por delante de Japón, con una marca récord de 82,7 años. Por corta que parezca, la vida de los afganos se extiende hasta 15 años más que la media de países como Nigeria, Chad, Níger o la República del Congo, donde no supera los 45. Como en Afganistán, allí gran parte de la población reside en campos de refugiados