Paro General: una jornada sin vencedores y con varios vencidos

RedacciónPara el gremialismo argentino hay poco que festejar porque sabe que solo la imposibilidad de trasladarse dejó a mucha gente en su casa. Para el gobierno sin embargo fue un fuerte aviso.

Más allá de las declaraciones de estilo, en las que los protestantes hablan de altísimo acatamiento a la medida de fuerza y los protestados minimizan el efecto de la misma, la simple observancia de lo ocurrido en las grandes ciudades del país es suficiente para hablar de un paro de mediano acatamiento en el que no fue poca la gente que sin estar de acuerdo con el mismo se vio imposibilitada de llegar a su trabajo.

Claro que el gobierno no puede felicitarse por ello ni convencerse de que cuenta con el beneplácito de la población: la mayoría de los argentinos que se expresaron por los medios masivos y por las redes sociales coincidían en que la huelga no sirve para nada y en que la gestión de Mauricio Macri es desastrosa.

Tampoco las organizaciones sociales tienen mucho para festejar: la prepotencia callejera sigue sin despertar adhesión alguna que supere el limitado universo de quienes marchan a cambio de alguna vitualla, aunque en el fondo sea más el desprecio que sienten por esos falsos líderes que compran su adhesión y los someten al último escalón de la dignidad humana. Ya hace mucho que todos saben que el mundo piquetero es una instancia a la que se entra por necesidad y de la que nunca se saldrá por movilidad social ascendente alguna…

El hecho de que la ciudadanía haya por fin entendido que con paros y marchas no se arreglan los problemas no quita el enojo creciente con un gobierno sordo, ciego y mudo a los problemas de la población. La caída en picada de la imagen presidencial es demostrativa del hartazgo general, lo que no representa avance alguno en la paupérrima valoración que para los argentinos tienen desde hace décadas los dirigentes sindicales.

No ganó entonces Macri no avanzaron siquiera un casillero los gremialistas y líderes de organizaciones sociales. Y mucho menos el kirchnerismo que, en su distorsionada mirada sobre la realidad, soñaba con un día de protesta general que reposicionara al pasado por encima del presente. Nada de eso ocurrió y nada de eso va a ocurrir.

Perdió el país que, una vez más, muestra ante el mundo la cara de su sociedad arrastrada por una dirigencia anacrónica, aislada de la realidad y amante del conflicto permanente como forma de resolución de los problemas.

Nada más lejos de un escenario que entusiasme a la hora de decidir inversiones y diagramar un futuro.