Por Adrián Freijo – La estrechez conceptual de quien se encaramó sin legitimidad alguna en la conducción del peronismo local condena a la derrota permanente a su color político.
Poco se conocía de Fernanda Raverta hasta el momento en el que fue trasplantada a Mar del Plata para encabezar la lista del Frente de Todos en las elecciones de 2019.
Hija del corazón de Adela Segarra –una militante de mil batallas, respetada por sus compañeros y reconocida como referente por las principales figuras del peronismo nacional desde los tiempos en los que Chiche Duhalde la instaló al frente de la acción social que organizaba para toda la provincia- y heredera de un drama personal en el que el desgarro, el destierro y la muerte la acompañaron desde la niñez y seguramente marcaron su vida con una intensidad y dolor que todos debemos y tenemos que respetar si queremos que alguna vez en nuestro país las personas valgan por lo que son y no por lo que piensan o les hacen pensar los demás.
Y no mucho más. O al menos algo que pudiese entroncarse con hechos y experiencias concretas…
Rara elección aquella que hoy parece tan lejana. Porque en la vereda de enfrente se paraba Guillermo Montenegro que, si bien había nacido, estudiado y vivido en nuestra ciudad gran parte de su vida, construyó un destino político y funcional entre la CABA y San Isidro, al que en algún momento designó como su lugar en el mundo.
De pronto parecía que los líderes nacionales de las dos fuerzas en pugna hubiesen resuelto que por estas playas no había quien mereciese sostener las propuestas de país separado por una grieta que aún hoy sigue abierta y se ahonda día a día.
Montenegro se esforzó desde un principio en rescatar sus raíces marplatenses y poco tardó en conseguir una empatía creciente con el electorado que, poco a poco, comenzó a volcar en él la simpatía y lo ungió candidato en una interna en la que debió enfrentar nada menos que a una veterana de mil contiendas como Vilma Baragiola.
Pero en el caso de la actual titular de la ANSES la cuestión tomó ribetes de una brutalidad desusada: no solo se impuso a una desconocida sino que se prohibió con malas artes, y un autoritarismo característico de la secta kirchnerista encaramada desde hace más de una década en la conducción del flácido peronismo argentino, se prohibió toda competencia interna en lo que fue la primera gran demostración de la mediocre mirada de Fernanda y sus adláteres: al hacerlo se condenó a ella misma a una derrota que, de haber obrado distinto, posiblemente hubiese representado el primer triunfo del partido en décadas.
Protegida por sus líderes y premiada hasta la exageración –si es que tomamos a beneficio de inventario el inmenso costo de su error estratégico– Raverta siguió como si nada y encaró el bólido de sus desaciertos contra el mismo paredón y apenas dos años después. El impacto fue doble; ya venía magullada, había perdido la magia, transformado su sonrisa impostada en motivo de pulla y demostrado que no había sostén externo que le ayudase a romper el techo al que los votantes locales la habían condenado.
Más bien, y ya sin sorpresa, perforó el piso y cayó aún más bajo que dos años antes, consiguiendo tan solo colocar a su gris esposo y a algunos amigos en lugares expectantes de caja y dietas apetecibles. Un clásico de los dedos en “V” que más que marcar victoria parece querer mostrar el alivio del “de esto Viviremos”…
Pero nada parece ser suficiente para demostrar que ni los cargos, ni el dinero, ni los años, ni las experiencias de vida alcanzan para entender de que se trata: con la misma intemperancia y falta de capacidad de diálogo Fernanda fue por la conducción del Partido Justicialista, puso en juego una fortuna que por estas horas está siendo motivo de una investigación interna ordenada por los mismos dirigentes que en su momento la encaramaron al frente de la caja de la ANSES y ahora pugnan por despegarse de las irregularidades detectadas, y así y todo consiguió una módica victoria en la que casi la mitad de los afiliados le dio la espalda en claro mensaje de rechazo a su figura y sus métodos.
Y eso que enfrente tenía una opción que juntaba más descontentos que ideas comunes y más expectativas de posicionamiento hacia las elecciones del próximo año que un verdadero y sólido proyecto político que reformulase al peronismo local de cara a lo que la sociedad está reclamando.
De sus referentes dependerá ahora poder concretarlo y convocar a un entusiasmo militantes que, a juzgar por la escasa cantidad de afiliados que concurrieron a las urnas, hoy está ausente.
Y Raverta, para dejar en claro que no puede o no quiere entender nada, ordena dejar fuera del acto de asunción de las nuevas autoridades a quienes representan al 42% de los afiliados justicialistas y consolida un mensaje sectario, fanático y derrotado por tercera vez en tan poco tiempo.
Escudándose en la irrisoria pretensión de que el intendente Guillermo Montenegro jugó para los perdedores, sin darse cuenta de la sonrisa irónica que su berrinche genera en propios y extraños: si al actual jefe comunal le piden “escriturar” un rival para todas las elecciones venideras no dudará un momento en elegir a la buena de Fernanda. Nadie le garantizará como ella seguir ganando y aumentando la brecha entre Juntos y el Frente de Todos que terminó siendo el de “Pocos”.
Producto de la mediocridad dela protagonista y la estrechez de sus visiones y la falta de una conducción provincial o nacional que sepa ponerla en cuadro.
Algo imposible cuando desde la jefatura natural hasta el último militante de la secta parecen empecinados en convertirse en una alternativa cada día más pequeña.
Y lo están logrando…