Sobre el final apareció la Cristina que no sabe vivir sin confrontar

Tras una primera parte en la que el tono moderado imperó en su mensaje Cristina perdió los estribos ante la aparición de carteles recordatorios del tema AMIA.

La última parte del discurso presidencial fue como seguramente lo soñaban los más fanatizados de sus seguidores.

La aparición de carteles recordando el atentado a la AMIA sacaron de tono a la mandataria quien, tras recordar su actuación como legisladora y primera magistrada en la cuestión, acusó duramente al Poder Judicial y en especial a la Corte Suprema de no haber avanzado en la cuestión con la celeridad y firmeza que eran menester.

En una de las partes más cuestionables de su discurso, descalificó muy despectivamente el trabajo del fiscal Alberto Nisman y volvió a sugerir que el difunto magistrado había sido títere de poderes superiores que lo habrían obligado a presentar una acusación en la que él mismo no creía.

Retornó sus denuncias sobre el «partido judicial» y pidió que las miradas acusatorias se dirigiesen «hacia otro lado», mientras miraba hacia el sector en el que se encontraba el titular de la Corte Juan Carlos Lorenzetti, quien no pudo evitar un gesto de notoria incomodidad.

Ya en un tono casi descontrolado denostó a la «fábrica de cautelares» que una vez más frenaron la Ley de medios e hizo hincapié en la sospecha que para ella despertaba la falta de interés del Estado de Israel para investigar el atentado a su embajada en nuestro país.

A esta altura del discurso todo el esfuerzo que Cristina parecía haber hecho para no salirse de tono fue a parar al canasto de los desperdicios. Tensa, casi histérica, enojada con la independencia de la justicia y tratando de explicar desde una visión autocrática su propia idea de la división de poderes, se entregó al entusiasmo y al griterío de las gradas adeptas que suelen disfrutar de la guerra interminable que su jefa suele plantearle a la realidad.

Por primera vez en el discurso volvió a aparecer el «ellos» o «nosotros» que generó tantas divisiones en el pasado reciente y que terminaron dando marco a una presentación que no lo merecía.

Porque Cristina, fina experta en la construcción de entelequias a partir de medias verdades, había logrado hasta el momento un mensaje con afirmaciones que poco tenían que ver con la realidad pero que cerraban el paso a aquellos que esperaban una arenga de tiempo final que sirviese para caldear los ánimos de la sociedad.

Con inteligencia estratégica prefirió moverse por el carril de los balances exageradamente positivos y los anuncios que en su verba se confunden en realidades. Y con eso hubiese alcanzado para sostener la «década ganada».

Pero la falta de control sobre su ánimo -algo que ha sido una constante en sus años de gobierno- volvió a jugarle una mala pasada y la depositó en un terreno de violencia verbal que prácticamente cerró las puertas a una convivencia necesaria entre poderes del estado.

La semana que comienza marcará también el inicio del año judicial y el tradicional mensaje del titular del máximo tribunal.

Tal vez entonces sepamos donde estamos parados.