UCRANIA Y LA FICCIÓN DEL MUNDO LIBRE

Más allá de algunos gestos, en los que el deporte supo otra vez tomar la delantera, los líderes mundiales se rinden frente al poder de los negocios y esperan el trágico final para, después si, negociar una paz indigna.

 

Ya ocurrió en el siglo pasado y toda Europa quedó devastada por la ingenua pretensión occidental de que Hitler se conformaría con los Sudetes y Polonia.

Se repitió más acá en el tiempo cuando los EEUU, convertidos en dueños absolutos del mundo tras la caída de la URSS, aceptaron el terror en Irak, la guerra en Afganistan y el genocidio del pueblo kurdo a cambio de asegurarse la cuota de petróleo que permitiese el bienestar económico de sus ciudadanos.

El occidente proclamador de los derechos humanos, el «mundo libre» que pregona el consumo, el crecimiento y el libre comercio, siempre financió con sangre lejana aquello que es lo único que termina teniendo centralidad en sus preocupaciones: el lucro y las ganancias.

¿Porqué esta vez sería distinto?…

Tras años de seducir a Ucrania para que se integrara a la OTAN, como forma de recrear aquella teoría del estado tapón que tanto resultado le dio al bloque occidental en el caso de Israel y otros casos en los que se instalaron pequeñas naciones -más allá del vasto territorio del país hoy agredido-  que interrumpían el paso de la influencia soviética desde Europa Central y hacia el oeste, la anunciada reacción de Putin puso a sus líderes frente a la necesidad de resolver, como en aquel trágico instante de octubre de 1938: frenar al invasor o dejarlo hacer para buscar luego una paz humillante…pero paz al fin.

Nadie quiere una guerra que sería destructiva para la humanidad. Pero nadie puede aceptar que mientras se masacra a un pueblo, se arrasa con su soberanía, se invaden sus fronteras no se haga otra cosa que amenazar con sanciones que, ni en su versión más moderada, hoy están vigentes.

Rusia sigue dentro de los mercados mundiales, negociando con los países a los que burló y humilló con su actitud, recibiendo y dando financiamiento, con sus relaciones diplomáticas en plena vigencia. Rusia sigue hoy como si nada hubiese pasado.

El patético mensaje de Joe Biden, el presidente más débil que los EEUU han tenido en medio siglo, ha sido sin embargo el ejemplo más acabado del estado del imperio en la actualidad: diseminado con bases y tropas por el mundo, liderando una OTAN que ya no le responde y se mueve como la hidra de mil cabezas al conjuro de la impronta personal de los líderes de los países miembros, paralizadas las acciones por las presión de los intereses, nadie atina a disparar las sanciones económicas suficientes para debilitar al autócrata con sueños de grandeza, quebrar la ya de por si claudicante economía rusa y obligarlo a detener el avance y sentarse a negociar.

Un dólar más o un dólar menos en el precio del combustible que consume un ciudadano de California, Washington o New York es más importante que la sangre de miles de ucranianos que luchan por la independencia de su tierra.

Todo en nombre de la libertad; una libertad que no está segura en manos de quienes dicen defenderla y ni siquiera se manifiesta en las de los que no fingen valorar lo que realmente no les importa.

El poder y el dinero, como siempre, ocupan el centro de la escena y se convierten en los verdaderos valores de este tiempo.

Ucrania está sola…¿y nosotros?.