Siempre es más difícil para quien ejerce el gobierno, sobre todo en democracias en las que la gente prefiere observar estas experiencias como contiendas y no como debate de ideas.
Lo primero que debemos rescatar es la idea misma del debate. Lamentablemente poco común en la Argentina, suponemos que con el tiempo y la reiteración de esta sana costumbre podremos acercarnos a la calidad de las experiencias observadas en democracias desarrolladas en las que los candidatos deben centrarse en la explicación de sus proyectos de gobierno, sabiendo que cualquier actitud agresiva contra el rival o un intento descalificatorio les representará una pérdida de confianza en un electorado que generalmente piensa en las cosas concretas y no en las cuestiones personales.
Sólo en el primer debate televisivo que registra la historia, y que fue el que sostuvieron el jóven senador norteamericano Jhon Fitzgerald Kennedy y quien por entonces era el aspirante republicano, y vice presidente en ejerciciio del país, Richard Nixon, se definió por cuestiones de estética o de presencia y no por cotejo de proyectos.
El descuido de su imagen personal hizo que Nixon claudicara frente a la cuidada presencia de quien fuera luego presidente de los EEUU. Hasta esa noche el perdedor del debate y de las elecciones llevaba 4 puntos de ventaja en las encuestas; al finalizar la jornada perdía por dos puntos…
Desde entonces los debates suponen intercambio de ideas y en sentido contrario a lo que se piensa en nuestro país, suele llevar ventaja el más aplomado y quien demuestre tener más dominio sobre los temas concretos que preocupan a los ciudadanos.
Y si esto es así, es claro que anoche el gran ganador fue Horacio Rodriguez Larreta, ya que hizo un uso muy inteligente de la necesidad que Martín Lousteau y Mariano Recalde de consolidar su objetivo personal de ubicarse en el ballotage.
Sin descollar demasiado en lo personal y con ese estilo de eterno acompañante del que dificilmente pueda desprenderse en el futuro inmediato, el hombre del PRO aprovechó cada discusión entre sus rivales para resaltar el valor del diálogo, recordar su experiencia de gestión y hablar de planes concretos que lo pusiesen como un hombre preocupado por el gobierno y no por la descalificación del otro.
No hubo grandes ganadores ni estruendosos perdedores. pero quedó la imagen de un Lousteau incómodo en el espacio en el que debe moverse, un Recalde tratando como buen kirchnerista de decir cosas que halaguen el oído de la Presidente y un Rodriguez Larreta intentando que las olas no se encresparan y soslayando toda pregunta que transitara por carriles incómodos.
Lo que indudablemente logró y supone un logro de inteligencia nada despreciable.
Esperemos que la costumbre de debatir se extienda y que en poco tiempo podamos tener en ese lugar a los candidatos presidenciales.
Y que el cotejo de ideas tome, por fin, el centro de la escena. Aunque por ahora sea mucho pedir…