Pocas personas saben que en el viejo auditorio de LU6, hoy convertido en depósito, descansa una joya de la cultura universal: el piano del genial Arthur Rubinstein.
Es sabido el amor que el fenomenal pianista sentía por nuestro país. Desde muy joven y en incontables ocasiones Rubinstein venía a la Argentina, donde se había convertido en un niño mimado de la más rancia aristocracia, para deleitarnos con el sonido inigualable de aquellas teclas que se rendían a la magia de sus manos.
Jovial hasta más allá de los 80 años -edad en la que seguía maravillando con sus conciertos alrededor del mundo- son incontables las anécdotas que a su paso por estas tierras este hombre talentoso, apasionado y sobre todo enemigo frontal de cualquier autoritarismo.
Pero hay una en especial que nos involucra a los marplatenses y que por esas cosas tan propias de nuestra gente o tal vez por la miseria inocultable de muchos de quienes se dicen promotores culturales ha quedado en el olvido.
En una de sus venidas al país, a mediados de 1940, tuvo problemas con el presidente Perón porque se negó a que sus conciertos fueran transmitidos por radio. Además de generarle problemas con su pasaporte y duración de la estadía no le dejaron entrar su piano viajero por la aduana con el pretexto de un retraso administrativo en el puerto.
Rubinstein no se amilanó y se hizo mandar otro Steinway por avión, derivando sus recitales a un monumental cine-teatro de la calle Corrientes.
Una vez que abandonó el país el hermoso piano quedó retenido un tiempo más en la Aduana y luego llevado a los estudios de Radio El Mundo en cuyo depósito quedó por muchos años.
Fue ya avanzado el siglo cuando, en una de esas maniobras burocráticas que sirven para que alguien se robe al menos el costo de un flete o para justificar la actividad de algún acomodado que cobra un sueldo en la administración pública, el instrumento fue asignado a LU6 Emisora Atlántica, por entonces en manos del estado.
Y allí quedó y supuestamente allí está; abandonado, anónimo y descuidado, después de haber sentido durante tanto tiempo la sabia presión de las manos de Arthur Rubinstein en sus teclas.
En una ciudad que suele exponer pomposamente obras de mediocres autores que sin embargo tienen la suerte de ser «amigos de…» alguien que decide, y que acostumbra multiplicar los auto-homenajes más insólitos a artistas y literatos de dudoso cuño, el piano de uno de los fundamentales de la música universal en el siglo veinte reposa olvidado y aislado de la gente que al menos debería poder admirarlo en algún museo.
Sólo algunos, que conocemos la historia y alguna vez hemos acariciado sus teclas, sabemos del inmenso placer que para el alma representa conocer que aquí quedó un pedazo de la historia de la música del mundo.
En el Museo de la Música de Berlín se expone una perla utilizada como alfiler de corbata por Rubinstein por más de sesenta años.
Esa perla venerada en Alemania pertenecía al ex presidente argentino Manuel Quintana cuya viuda, y protectora del jóven pianista en sus primeras andanza porteñas, supo regalarle como prenda de amistad.
Mientras tanto su piano, su instrumento, la razón de su maravilloso arte, yace olvidado en el centro de Mar del Plata.
Toda una alegoría de por qué estamos como estamos…