(Por Adrián Freijo) – No es bueno cuando las palabras vergüenza, dolor o tristeza se convierten en lugares comunes. Por eso prefiero omitirlas para contar lo que siento como hincha de Boca.
Boca hizo todo mal; aunque en realidad hace mucho tiempo que Boca viene haciendo todo mal. Futbolísticamente e institucionalmente.
Como hincha xeneixe me duele mucho cada vez que el presidente del club esgrime balances financieros, numerales económicos y resultados empresariales como la base del éxito supuesto de su gestión.
Y me duele porque Boca ha sido y será por siempre fútbol y es en ese rubro donde el permanente fracaso está abonando un futuro negro para la institución. La marca Boca, esa que permite por ahora los números positivos –aunque año a año menos sólidos- se consolidó en el mundo entero a partir de una década futbolística imposible de igualar, que convirtió a los colores azul y oro en una imagen deseada en todos los rincones de la tierra.
Pero fue el fútbol y sus logros el que lo hizo posible; y todo eso ha desaparecido en la última etapa hasta el punto de que Boca es hoy invitado a torneos secundarios, realizados en países seguramente llenos de dólares pero escasos de prestigio futbolístico.
El Santos de Pelé proyectó en diez años la gloria del Nro. 10 una vez retirado. Pero no mucho más…
Peñarol de Montevideo sobrevivió otra década a su tiempo de oro en la que Pedro Rocha, Spencer, Tito Goncalvez y Ladislao Mazurckievic arrancaban la gloria en todos los estadios del mundo con aquella también marca registrada de la garra charrúa. Pero después ya nadie lo tuvo como protagonista central…
A Boca le está pasando lo mismo y pareciera que Daniel Angelici y sus impresentables compañeros de ruta no se dan cuenta.
Es muy posible que en el drama del Boca-River haya habido una mano negra vinculada al kirchnerismo con la intención de sepultar las posibilidades de reelección de Angelici y pegarle por añadidura a Mauricio Macri.
Pero si ello fue así es inconcebible que ningún integrante de la directiva boquense se haya preocupado por controlar que el operativo policial tuviese cubierto cualquier área sensible dentro del estadio. ¿La manga por la qué debía salir el equipo visitante –casualmente River- no merecía ser tratada como una de ellas?, ¿cómo puede ser que junto a ella no estuviese parado ni siquiera un policía?
Demasiado torpe como para resistir siquiera una explicación.
Para Boca la sanción internacional puede ser el principio del descenso a los infiernos. Formalmente nuestro club será, a partir de mañana, un club chico, un club condenado a la mediocridad del cabotaje argentino.
Un fútbol que es manejado por quienes ayer “nos mandaron al descenso” y que ya miden sus resultados en muertes, violencia y destrucción.
Las inconcebibles declaraciones del Ministro de Seguridad y la incapacidad de Boca para armar una respuesta que al menos fuese formalmente lógica nos muestran que estos señores están en otra cosa que nada tiene que ver con el fútbol. Seguramente no habrá sanciones para Berni ni para Angelici, pero sería bueno que la gente recuerde por lo menos su incapacidad.
Tal vez nos levantemos, tal vez aprendamos, tal vez superemos este momento que es sin duda alguna el más triste que me ha tocado vivir como hincha.
Pero si ello ocurre no quiero que sea al precio de “aprender a nadar entre la mugre”. Prefiero ser para siempre hincha de un club chico que seguidor de uno más de los cómplices de un fútbol que se muere en la misma medida en que mata a sus seguidores.
Y por favor… saquémonos de encima para siempre a los barras, a los jugadores que les rinden pleitecía, a los dirigentes mediocres y sobre todo empecemos a nos ser cómplices formales de sus desmanes acompañando sus cánticos, festejando sus perrerías y creyendo que al gritar el viejo apotegma de “Somos Boca carajo” estamos expresando amor por nuestros colores.
Porque ciertamente “carajo” dejó de ser un apotegma para convertirse en el lugar al que fuimos a parar…