ABSUELTOS PERO NO INOCENTES

Los acusados de asesinar a Lucía Pérez fueron absueltos por el tribunal encargado de juzgarlos. Pero aunque la prueba esgrimida sea impecable la resolución dista mucho de hacerlos inocentes.

No es la intención de este editorial criticar la decisión de los tres jueces que absolvieron a Matías Farías  y Juan Pablo Offidani de los cargos de violación seguida de muerte en perjuicio de la menor Lucía Pérez (16). Seguramente la valoración de la prueba llevó a los magistrados a tomar una decisión que ellos saben incómoda frente a una sociedad que ya había condenado a los procesados. Valga pues la valentía de asumir en soledad semejante carga.

Y también seguramente la instrucción llevada adelante en aquel primer momento estuvo viciada de prejuicios, apresuramientos e incompetencias.

Aceptemos entonces que no hubo violación, ni asesinato, ni manipulación del cadáver y que inclusive los dos citados, con la ayuda de Alejandro Maciel, intentaron postreramente un operativo de salvataje al llevar a Lucía hasta un centro de salud, prefiriendo ese riesgo al menos expuesto de buscar la forma de descartar el cadáver de la joven.

Aceptemos todo eso…menos que sean inocentes.

Ambos, quedó demostrado y por ello si fueron condenados, se dedicaban a comercializar drogas y elegían los colegios y los alumnos menores de edad para su infame designio. Son protagonistas centrales de una miseria humana que hoy traspasa a la sociedad y de la que desechos morales como ellos se aprovechan con el solo fin de lucrar o conseguir favores sexuales a cambio de su criminal mercancía.

Offidani, miembro de una caracterizada familia marplatense, y Farías unjoven cuyo coheficiente intelectual y viveza le permitirían abrirse paso en la vida con armas menos deleznables, eligieron el camino fácil del vicio y lo convirtieron en un comercio en el que cualquier escrúpulo era descartado.

Se sumaron a un sector demasiado extendido de nuestra sociedad que no tiene miramientos a la hora de lograr sus objetivos. Una sociedad enferma que hecha mano a la violencia, al agravio, a la mentira o a lo que sea menester para imponerse sobre el otro, vivir bajo la ley del menor esfuerzo y considerar al semejante como alguien que solo debe ser útil a nuestros propios fines y beneficios.

Cuando los argentinos volvamos a la sabia admonición de Montesquieu cunado nos hablaba del espíritu de las leyes, comprenderemos por fin que no solo se trata de lo que dice la fría letra del texto sino que un ordenamiento jurídico tiende a garantizar una sociedad equilibrada, civilizada y respetuosa de los límites propios y, aún más, los ajenos.

Y cuando ello ocurra no costará mucho comprender a que nos referimos cuando en el título de esta nota decimos «absueltos pero no inocentes».