Por Adrián Freijo – Videla en el 78, Cafiero diez años después, Cristina y Kicillof en 2013 y ahora Alberto usaron la coparticipación para frenar las aspiraciones de sus rivales internos.
En un acto en el que anunció obras para las provincias, el presidente Alberto Fernández se pronunció una vez más sobre el conflicto suscitado con el gobierno porteño luego del recorte en la coparticipación federal dispuesto por decreto para que Axel Kicillof pudiera financiar el aumento a la Policía.
El jefe de Estado planteó que “todas las políticas que nosotros tomamos no son en perjuicio de nadie, son en favor de la gente, son políticas pensadas en favor de las mayorías argentinas que están dispersas en toda la Argentina en mayor o menor número y necesitan de esos recursos y del auxilio del Estado para crecer y avanzar”.
“Perjuicio es quitarle a alguien lo que necesita y en todo caso acá estamos quitando la abundancia de algunos para distribuirla en las carencias que existen en la Argentina” sostuvo.
Una afirmación clásica de un país que desde hace décadas se dedica a distribuir pobreza y parece no tener en la mira ninguna política de crecimiento y desarrollo. Nos hemos acostumbrado a convivir con la pobreza, a señalar al que algo tiene como un enemigo y a distribuir necesidades y carencias con el único objetivo de llegar a tener una sociedad con el 100% de menesterosos.
El mismo sector político que gobernó el 75% del tiempo democrático a la provincia de Buenos Aires ahora pretende que todos aceptemos callados que la culpa de todos los males de una provincia inviable, desfinanciada e improductiva es de la última administración que, aún siendo mala, heredó una situación insostenible, plagada de necesidades que debieron ser cubiertas con obras que se licitaron, se pagaron…y nunca se hicieron.
Fue un gobernador peronista, Antonio Cafiero, quien cedió 8 (ocho) puntos de coparticipación en 1988 -lo hizo para conseguir el apoyo de las provincias a sus expectativas presidenciales- y un ministro de economía del mismo color político quien en los últimos años volvió a recortar los fondos bonaerenses para mantener al entonces gobernador Daniel Scioli, quién aceptó en silencio y con la cabeza gacha, alineado al poder central y dependiente de los fondos de excepción que desde allí se pudiesen enviar. ¿Ya nos hemos olvidado de la interminable huelga docente que tuvo a los alumnos bonaerenses un mes fuera de las aulas a la espera de que Cristina ordenara a Axel Kicillof, hoy gobernador del principal estado argentino, la remesa necesaria para pagar los sueldos?.
Debilitar Buenos Aires ha sido una vocación histórica del gobierno central. Pero sería bueno recordar que en los últimos 50 años ha habido tres hitos centrales en aquella voluntad de dominación: Cafiero en 1988 para lograr sus objetivos presidenciales, Cristina-Kicillof en 2013 para disciplinar a Scioli…y Jorge Rafael Videla en 1978 para aplastar las intenciones de Ibérico Manuel Saint James de ser su sucesor.
Tres intenciones similares, una misma víctima (el ciudadano bonaerense) pero…¿una misma concepción del uso del poder?. Queremos creer que no.
Pero ahora esa costumbre de utilizar caprichosamente los dineros públicos -a veces para hacer política, otra para no permitir que se haga y en tantas ocasiones para el propio beneficio- vuelve a aparecer teniendo a los porteños como víctimas. Aunque a nadie escapa que la única intención es salvar la desastrosa gestión provincial y limar la capacidad de gobierno de alguien al que el oficialismo observa como un peligroso rival electoral en 2023, aunque para ello deba rozarse el autoritarismo y forzar la interpretación de las leyes y de la propia Constitución.
Lo que es aplicable también a quienes toman el camino contrario: Menem elevó los fondos para su provincia en un 300% y Macri benefició a la CABA con una medida sugestivamente parecida a la que hoy su espacio critica.
Cosas de una Argentina moralmente quebrada en la que déspotas y demócratas encuentran zonas comunes, la destrucción del adversario se convierte en el único camino hacia la cima y la pobreza pasa a un segundo plano en el interés de los gobernantes.
Un país perdido en su nunca despejada niebla y que con el paso de la historia se parece cada vez más al perro que se muerde su propia cola…