Brasil: Continuidad política y base moral del desarrollo

(Escribe Adrián Freijo – Río de Janeiro)Brasil es un ejemplo de como se puede dejar atrás la exclusión social desde la inteligencia y el equilibrio.

Quienes visitamos habitualmente Río de Janeiro no dejamos de sorprendernos por la evolución constante de su calidad de vida y por las pruebas palpables de un fuerte inclusión social.

Hace apenas dos décadas la ciudad era un ejemplo de exclusión. Sus calles, sucias e inseguras, se encontraban plagadas de marginalidad en cuanta forma pueda el lector imaginar.

Prostitución, droga, delincuencia, explotación de menores, eran la postal constante que el visitante encontraba y, de la mano de una fama universal de ciudad del pecado, muchas veces buscaba.

Chicos y chicas que no llegaban a los quince años de edad se entregaban en plena calle a vetustos casanovas que por unos pocos dólares daban rienda suelta a sus perversiones..

Hoy nada de eso se ve; la prostitución prácticamente ha desaparecido como lo ha hecho la mugre.

Un Río impecable, seguro y pujante es la muestra cabal de esos 25 millones de brasileros que han dejado la pobreza para integrarse a la clase media en menos de 20 años.

Y aquí es donde podemos encontrar la explicación del fenómeno.

 

EL DESARROLLO ES MÁS QUE EL CRECIMIENTO

El desarrollo lleva implícita una cuestión moral y esa cuestión moral requiere de la convicción de los gobernantes.

Si ambas condiciones están ausentes podremos tener crecimiento, pero nunca desarrollo.

Brasil tiene una generación de gobiernos sin relato.

Fernando Henrique Cardozo, el gran ordenador de la economía brasilera, nunca pretendió ser ni mostrar otra cosa que lo que siempre había sido. Un economista clásico, cultor de las reglas del nuevo liberalismo y promotor de la disciplina fiscal como motor del crecimiento.

Eso prometió a los votantes y eso hizo.

Es verdad que durante su gobierno la inclusión social tuvo muy poca aceleración, pero no es menos cierto que se sentaron las bases para que Lula primero y Dilma después, pudiesen avanzar en esa inmensa deuda de la historia del país.

Pero para que ello fuese posible fue necesario que estos últimos entendiesen que aquellas bases construidas por Cardozo no podían ser dinamitadas, y que la nación no podía estar empezando siempre de nuevo.

La clase política brasilera, plagada de defectos y corrupciones, tiene sin embargo esa sabiduría tan particular que le permite, en todos los casos, buscar la continuidad de lo hecho con anterioridad, sin importar quien lo haya hecho.

La transición de José Sarney, hombre históricamente ligado a la derecha nacional y por cierto a la dictadura militar, permitió rescatar el modelo industrialista y desarrollista que las FFAA en el poder instalaron a partir de 1964.

La recuperación de las libertades públicas –que reinan sin restricción alguna en el país– no vino acompañada de la sinrazón de abandonar un camino que a todas luces había resultado exitoso.

Como ocurriera en Chile tras el final de la era Pinochet, los dirigentes tomaron lo que servía, promovieron lo que faltaba y siguieron adelante en la búsqueda de incorporar a sus países al concierto mundial. Y vaya si lo consiguieron…

 

UN EJEMPLO PARA IMITAR

¿No es esa una base moral del desarrollo?, ¿no es acaso una clara demostración de la convicción de los gobernantes?.

¿Podría Cardozo sentar las bases para la justicia social si Sarney hubiese vuelto todo a fojas cero y demolido el modelo industrial de los militares?.

¿Podrían Lula y Dilma haber llevado adelante esa gigantesca inclusión de 25 millones de brasileros y se hubiesen empecinado en tirar abajo la obra de Cardozo?.

La respuesta es tan clara como cercana.

Clara porque surge del más elemental sentido común; y cercana porque en nuestro país se hizo todo lo contrario…y así estamos.

Río es una postal de  inclusión con desarrollo y nadie que la haya conocido antes puede dejar de asombrarse.

Y si algo se destaca entre su población es una educación que brota a flor de piel y una sensación de seguridad que es realmente envidiable.

Porque aunque sus calles estén plagadas de policías –municipales, estaduales y nacionales- los cariocas saben que no están ahí para hacer propaganda o teatro electoralista, están para actuar.

Y vaya si actúan, y con la dureza que lo hacen frente a cualquier delito. Son policías y están para trabajar de policías, no de hombres sándwich al servicio de un gobernador con ambiciones.

Así es Río, y así es Brasil. Una nación y una ciudad en la que la movilidad social ascendente vino a suplantar a los demagógicos planes sociales que dejan a la gente dando vueltas siempre en el mismo lugar.

Una nación y una ciudad en la que la seguridad es trabajo de los expertos y no hay organizaciones ideológicas de cualquier tipo que se pongan a marcarles los límites. El estado les paga para que la gente esté segura y la gente está segura; mucho más que los delincuentes, no lo dude. ¿Los límites?…los marca la ley, como debe ser.

Y como marco, los inigualables paisajes de la “cidade maravillosa”, –cuidados en lo que se refiere a sus playas por una draga que trabaja de enero a enero en todo el frente de arena para que Botafogo, Flamengo, Copacabana, Ipanema, Leblón, Sao Corrado y Barra jamás dejen de ser la postal preferida del mundo un clima que invita a ganar la calle a toda hora y un pueblo alegre, musical y descontracturado que tan sólo con su naturalidad te contagia toda la felicidad del mundo.

Y todo lo lograron trabajando, hablando con claridad y sobre todo sintiendo que el otro no es un enemigo.

Como para sentir una sana envidia….¿no le parece?