Contracultura oligárquica o sentido de la vida

(Escribe Raúl Reyes) – “Cultura es todo lo que hace el hombre, que sirva para unir al Pueblo» Juan D. Perón.

1. La teoría británica del poder: crear minorías para controlar a las mayorías

Una vieja teoría espacial del imperio Británico, explica cómo controlar el hinterland (1) de las islas de mayoría,  desplegándose progresivamente desde enclaves ubicados generalmente en las costas, mediante la creación en el espacio físico de apoyos geopolíticos fundamentales, estados tapones ó islas de minorías.

Al empezar el Siglo XX, Halford John Mackinder pensaba que el dominio británico quedaba cuestionado por las grandes potencias continentales poseedoras de condiciones físico-geográficas permanentes. Veía un gran continente, «la Isla Mundo», dividida en 6 regiones: Europa Costera (Oeste y Centro Europa), Asia Costera (India, China, Sudeste Asiático, Corea y Este de Siberia), Arabia (Península Arábica), el Sahara (Norte de África), el Sud-Centro del Mundo (Sudáfrica) y el más importante, el Centro del Mundo o «Heartland» (Eurasia), al que denominó el Pivote del Mundo en su ensayo de 1904. «Quién controle Europa del Este dominará el Pivote del Mundo. Quien controle el Pivote del Mundo dominará la Isla Mundo. Quien domine la Isla Mundo dominará el mundo».

Inglaterra ha aplicado –y aún lo hace-, el “divide et impera” en todo el planeta, mezclando elementos de geopolítica del Imperio, con una geopolítica racial y de minorías, insertadas en la geopolítica espacial. Por esta razón, por ejemplo, cuando se da el proceso de independencia de la India, son los ingleses los responsables de dividirla, de armar a Pakistán, y matar a Gandhi porque predicaba que la India era una sola y en ella podían convivir musulmanes e hindúes. En la India los ingleses siguieron usando constantemente, durante dos siglos, a las minorías religiosas distintas de las hindúes, empleándolas unas contra otras.

En otro ejemplo, se sostiene actualmente que los servicios de inteligencia del Reino Unido, junto a los de EE.UU. e Israel, trabajaron juntos para crear el Estado Islámico (de Irak y el Levante), como una organización terrorista con la capacidad de atraer el centro de gravedad de las operaciones militares, fuera del área israelí.

Tomando como ejemplo el caso de las Islas Malvinas, Georgias, Sandwich y Orcadas del Sur, que son evidentemente Territorios Suramericanos de Citramar (fraudulentamente anotados como “Territorios Europeos de Ultramar”), la ocupación inglesa se inscribe en la estrategia de dominio de un enclave que le brinda la proyección sobre el Continente Antártico.

2. De la teoría espacial a la teoría contracultural

Esta teoría espacial se convierte en teoría del poder y luego termina siendo una teoría contracultural global, aplicada en la esfera geopolítica tanto como en la cultural, siempre con el objetivo de defender el control del poder imperial.

Su misma aplicación evidencia el estado de debilidad de sus practicantes que, conscientes de su condición de élite, no pueden enfrentarse seriamente con ninguna mayoría medianamente cohesionada, como lo fue el Movimiento Nacional en la Argentina (hoy sin organización ni conducción de conjunto y con sus fuerzas dispersas). Por lo tanto, fragmentan la mayoría creando en su reemplazo estas minorías ó pseudo-minorías, ideológicamente inventadas.

En la actualidad, este es un fenómeno inscripto en las líneas de perpetuación del poder de la élite financiera mundial, que no vacila en dividir a los Pueblos con el objetivo contracultural de la reducción poblacional.

Hasta ahora se decía “democracia” y se entendía por tal al sistema de representación burgués impuesto por el liberalismo desde la revolución francesa, es decir, el demoliberalismo. Pero, cuando en nuestros días se dice “democracia”, “mayorías”, etc., también se está diciendo “derechos de las minorías”, que es precisamente donde las mayorías desaparecen. Luego, las minorías reemplazan a las mayorías como centro de la escena y sobre ellas se orienta toda la atención mediática, a través de medios que no son “medios de comunicación”, sino de incomunicación, división y control.

Lo que se ha obtenido de este modo es la disolución de las organizaciones e instituciones de los pueblos, que han sido llamadas “corporaciones” en forma despectiva y descalificatoria –salvo en el caso de las corporaciones empresarias y financieras-, para crear en su lugar estructuras nuevas en base a las minorías fabricadas ideológicamente.

Con todos estos pequeños grupos étnicos, sexuales, medioambientalistas, etc., desplegados sobre el terreno a modo de “infantería civil del imperio”, se ha montado un “espacio virtual” que, en la medida que los grupos se entrecruzan, aparece como superior a cualquier mayoría y tiende a disolver la consideración que las mayorías ocupaban en las ideas, en la conciencia de los hombres, aunque no sea así en la realidad y menos en la realidad numérica.

Pero hay más. Cuando tales minorías no responden a los incentivos de carácter ideológico, se pasa a la acción directa por medio de los atentados para poder operar sobre ellas mediante el terror. Por eso es que, habitualmente, el régimen (2) no emplea el terror sobre el conjunto, sino sobre un grupo minoritario.

Todos los racismos y atentados sobre las minorías provienen de la misma fuente. No son auténticos, sino inventados ideológicamente o por medio de hechos de intimidación, mediante una firma que asume la autoría del atentado, luego del cual difícilmente se encuentra a los verdaderos responsables. Y cuando alguna vez se encuentra alguno, es para cargarle todos los delitos, como ocurrió con Lee Harvey Oswald en el asesinato de Kennedy.

Aquí no se trata de conspirativismo, complots, ni de nada parecido, sino de una forma y a la vez una conducta, que reside en la naturaleza misma del régimen (2). Se trata de los “ideales” políticos y operacionales de la contracultura en acción, un eugenismo perverso y criminal empeñado en sostener la iniciativa global de la sociedad del despilfarro.

3. Derechos de las minorías, anulación de los derechos de todos

“La ONU, desde hace más de 40 años, a través de algunas de sus agencias especializadas
como el UNFPA, la OMS o el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo), lanzó un programa internacional de control de la natalidad, nítidamente maltusiano. Esto significa que la ONU quiere proponer el control de la natalidad como un medio, una condición previa para el desarrollo de los pueblos…”La ideología maltusiana es discriminatoria, eugenista, segregacionista. Podríamos expresarla así: «nosotros los ricos del hemisferio norte necesitamos controlar el crecimiento de la población de los países del sur –donde yace el 80 % de los recursos renovables del planeta-, porque tenemos miedo de esta población». Prof. Michel Schooyans

Siguiendo este análisis, los pretendidos derechos de las minorías se extraen de los verdaderos derechos de la mayoría. Es como quitarle a la vaca los bifes, el asado, el matambre, el lomo, hasta que no quede casi nada. De este modo se han quitado los elementos componentes de la mayoría, parte por parte, porque además, no es cierto que los verdaderos integrantes de aquellas minorías puedan ó quieran ejercer esos pretendidos derechos. Y si finalmente se ejercen, se lo hace en contra de la mayoría, en contra del pueblo.

Por ejemplo, entre los múltiples agrupamientos de mujeres, las “feministas” constituyen una expresión reducida impulsada, entre otras, por multinacionales aborteras como la IPPF, que son las que seleccionan los hoy denominados “derechos de la mujer”.

El “movimiento LGBT” -lesbianas, gays, bisexuales y transexuales-, constituido por grupos reclutados entre quienes sufren tales anomalías (3), como unidades de un combate antropológico por retrotraer el proceso civilizatorio al matriarcado y con ello a la reducción del banco genético, en el marco de la batalla contra las culturas de las naciones, con la coordinación de organismos de la ONU y la financiación de banqueros como los de “Out on the Street”.

Los “indigenistas” a su vez son grupos minoritarios reunidos desde el norte para operar entre los presuntos ó reales descendientes de pobladores precolombinos, dirigidos a mantener las etnias en contra de todos -incluidos los propios indios verdaderos no entregados al sistema-, planteando la constitución de micro-estados étnicamente homogéneos y fatalmente dependientes, subrogados a los organismos supraestatales que los alientan y financian.

Los “ecologistas conservacionistas” por su parte, son reducidos núcleos operativos donde se refugió el activismo anticapitalista luego de la caída del muro de Berlín, coordinados por las grandes ecológicas como World Wife Foundation (Vida Silvestre), Greenpeace, etc., cuyos programas están destinados a la defensa del hábitat, pero libre del hombre, el que ha sido declarado sin distinciones culpable de la depredación de la tierra, convirtiéndolo en la especie más amenazada y sentenciando al hemisferio sur a la desindustrialización, con la excusa de la contaminación que provocaron para industrializar al norte.

Todos esos grupos ínfimos actúan –con masiva difusión en los medios-, en detrimento de los derechos de todos y, más todavía, sobre la base de anular los derechos verdaderos de todos sometiéndolos a sus montajes artificiosos.

Y con el paso del tiempo se ha ido comprobando cada vez más y mejor que para gozar de poder, dinero subsidiado o fama “en el sistema”, es preciso participar de tales grupos y su prédica, so pena de exclusión. No hay más habitantes, ni ciudadanos, ni argentinos, que los definidos por este troquel.

4. La oligarquía, enfermedad endémica, tendencia permanente a la minoría elitista

La oligarquía (oligos, «pocos») no es ni una forma típica argentina, ni de ningún otro lugar del mundo, ni de ningún momento histórico. Muy por el contrario, es una enfermedad endémica de la especie humana.

Para la tradicional ciencia política es una forma degenerada de las formas clásicas conocidas, monarquía, aristocracia y democracia, fijadas por Luciano de Samosata, Platón, Tito Livio, Maquiavelo y otros. La oligarquía, en efecto, deforma a la monarquía, a la aristocracia y también a la república. La deformación oligárquica de la democracia, siguiendo esta misma concepción, se llama demagogia.

Pero en política nunca hay formas puras. Lo que los teóricos llamados clásicos determinaron como formas puras jamás existieron en la realidad; siempre fueron abstracciones de carácter ideológico. En principio, monarquía, aristocracia y democracia no son lo que indican: Monarquía es “gobierno de uno” y en realidad no ha habido jamás un gobierno de uno porque no es posible.

Aristocracia tampoco, pues no ha habido un kratos de los aristoi, un “gobierno de los mejores”. Porque en realidad se constituyeron en “los mejores”, los que fueron superiores por tener más fuerza o mejores capacidades en un determinado momento -por ejemplo los que sabían leer y escribir al comienzo de la Edad Media-, y por tanto merecieron honores. Platón escribe La República para determinar quiénes son los mejores (para él los sabios, los filósofos), que no resulta una definición ni de la república ni de la aristocracia, sino de quiénes son “los mejores”, para después fundar sobre esa base. Otros han pensado que los mejores son los más hábiles, o los más ricos, o los más poderosos o los más malvados. En la Italia del Renacimiento se dieron todas estas formas, hasta lugares donde gobernaban los más infames, como Malatesta, por ejemplo.

Y democracia, que es kratos de los demos, “gobierno del pueblo”, no hay en ningún lugar, pues no existe sistema que haya organizado los demos como lo que eran, jurisdicciones administrativas (en Atenas había 139 demos). Lo que hay en Occidente desde la Revolución Francesa, es sistema representativo burgués, que desvinculó la participación permanente del pueblo como poderdante, limitándolo al acto eleccionario al sustituir el mandato imperativo que había regido hasta entonces, reemplazándolo por el mandato “libre”, sin contar que durante los últimos 220 años promovió la dispersión de los pueblos dividiéndolos mediante la exaltación del individualismo.

Recordemos en este sentido que el Art. 22 de nuestra Constitución establece que «El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de este, comete delito de sedición».

En consecuencia, todas las formas políticas aparecen siempre mezcladas. Les pasó a los griegos, a los romanos, a la revolución francesa y también al Movimiento Nacional en la Argentina. Ocurre en los grupos económicos, en los gremios, en el orden político, en el estado y, en verdad, en todos los sectores.

La oligarquía es una enfermedad endémica y global de todas las formas políticas humanas en la historia, a la que Eva Perón señalaba con claridad. Advertía que lo más peligroso para la Patria no era la oligarquía vacuna terrateniente de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe o Córdoba, es decir de la llanura, sino “el espíritu oligárquico en los propios”. Y podríamos agregar, “…en toda la dirigencia de cualquier proveniencia”.

“Los autores del régimen afirman: «Hemos tenido que reconocer que existen límites potencialmente deseables para el crecimiento económico. E igualmente, en política, existen unos límites potencialmente deseables para la extensión de la democracia política».

Estamos, pues, ante una formulación de alcance mundial del antiguo mesianismo norteamericano. Pero es indispensable señalar lo que esta formulación tiene de esencialmente nuevo y original: este mesianismo pretende, en efecto, atraerse el concurso no sólo de las naciones más ricas, sino también de las clases ricas de las sociedades pobres. Se pone de relieve, ante los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen una amenaza potencial o incluso actual para su seguridad. De lo que se trata, en primer lugar es, desde luego, de proteger la seguridad de los EE.UU. o, más exactamente, de los ricos de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los ricos de todos los países, a quienes se invita a constituir, bajo la dirección de los Estados Unidos, una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el contener el despegue de la población pobre: «¡Multimillonarios de todos los países, uníos!».  Prof. Michel Schooyans

5. Rasgos patológicos de la oligarquía

Hoy ya el proceso contracultural –el proceso de formación de esta oligarquía a nivel global, con sus agentes esparcidos en todos lados como pequeños seudópodos-, está tan desarrollado que no ofrece ya la posibilidad a sus miembros, ni siquiera la personal e individual, de mostrar alguna virtud. La exigencia contracultural es cada vez mayor. La pérdida de sentido y la asunción de esa contracultura es la exigencia absoluta. Sencillamente no puede haber una cosa distinta, ni siquiera una “debilidad” entre sus filas, porque son expulsados.

El modelo es el campo de concentración, que fuera perfeccionado por el caído modelo soviético. Es tan cerrado, tan sólido, tan aislado, que es granítico, porque en eso estriba su permanencia. Una autosuficiencia que indica también su debilidad. Una aparente fortaleza intrínseca y una debilidad cada vez mayor en relación a la realidad global, porque a mayor concentración corresponde cada vez mayor debilidad, no mayor fortaleza. Se cree que es mayor fortaleza, pero en realidad es mayor defensa.

Veamos. Desde que el hombre descubrió la defensa, en cualquiera de sus formas (fortificaciones, trincheras, etc.), el problema de la defensa estática estuvo siempre presente. Durante diversas épocas de la humanidad y por muchos años, hubo líderes que apostaron a la defensa estática (la muralla china, las fortificaciones, los castillos, la línea Maginot). Todos fracasaron porque no es una defensa posible y, sin embargo, el hombre vuelve a caer en ese error.

Y en el orden concreto de la organización humana, es así también. Es el partido, la secta, la mafia, organizaciones que tienden a ser defensivas, cada vez más estáticas, más sólidas, y también más rígidas, razón por la cual expulsan a los elementos débiles. Pero al expulsarlos resulta que son cada vez más débiles también, en una contradicción creciente que no se puede resolver.

La oligarquía como forma de enfermedad o endemia es relativamente viable mientras tiene capacidad de inclusión. Pero cuando ésta se agota y da comienzo a un proceso de exclusión de los mismos que estaban puertas adentro, camina irremediablemente hacia su muerte.

Es como el cáncer, que incorpora permanentemente tejido sano. Cuando termina de hacerlo, muere el paciente que ha sido tomado por el cáncer y muere el cáncer. En el fondo es una estupidez, como es también un símil perfecto del Demonio: incorpora la vida viable, a una vida no viable. Modifica la organización celular y hace que sea viable solamente si vive de la otra organización celular, que sí es viable. Pero simultáneamente transforma cada vez más células viables en no viables. Al final de este proceso ninguna es viable y sobreviene la muerte.

En este punto conviene no confundir al cáncer con la acción de los parásitos. El parásito tiende a la homeostasis, a vivir en un ecosistema. El parásito, en términos biológicos, es “consciente” de su parasitismo. Pero el cáncer no, porque carece de esa “conciencia biológica”. Es simplemente cáncer y, mirado desde este mismo punto de vista, es totalmente “autista”.

Del mismo modo, la oligarquía carece de ese tipo de conciencia en relación al medio y a la vida que la circunda. De cualquiera de las otras formas políticas mixtas –en las que todos saben que la estabilidad depende de lo que se hace, se dice, se negocia, se intercambia o incluso se entrega-, la oligarquía se diferencia en que nada de esto le importa ya. Ha comenzado el proceso de exclusión –de sí mismos-, que sólo termina en la muerte. Como el cáncer, obviamente, quiere que el cuerpo general de la humanidad muera con ella.

6. La contracultura exige un hombre enfermo

A tal grado es la oligarquización una enfermedad endémica, que requiere de un tipo especial de hombre capaz de romper con todo lo que su propio espíritu le dicte, incluso respecto de sus semejantes. Debe diferenciarse al grado de dejar de pertenecer a la misma especie que los otros, pues para el oligarca los “otros” sólo son seres inferiores, sus esclavos, sus empleados, sus siervos. Para ese tipo de hombre, solo él y los que son como él son los únicos seres humanos.

La oligarquía no es una forma política, sino una degeneración de cualquier forma política y no hay forma política, mucho menos en Occidente, que no esté sujeta a esta enfermedad. La enfermedad degenerativa de las formas sanas de la política o del gobierno en torno al bien común, busca el bien parcial de un grupo, y nada más que eso. Como es obvio, para tal fin no se puede apoyar en un poder que devenga del número, del conjunto del Pueblo, sino que debe hacerlo en otro tipo de poder, que devenga de una élite.

Lamentablemente, la enfermedad oligárquica genera otro tipo de enfermedades personales muy extendidas, de las que Víktor Frankl ha tipificado con toda claridad su etiología, su comportamiento y también su terapéutica: las psicosis y neurosis de carácter noógeno (nóos, espíritu).

Son neurosis y psicosis con origen en una enfermedad del espíritu –de ahí lo de noógenas-, que alienan, enajenan al ser humano frente a la comunidad y frente al otro. Lo individualizan al grado de ponerlo en el camino del autismo –que también es una enfermedad, pero de carácter psicológico-, puesto que implican su aislamiento y su enfrentamiento respecto del mundo que lo rodea.

Ejemplo de ello es el llamado “espíritu competitivo”, que significa que toda colaboración es posible solamente con “el pie en el cuello del vencido”, siempre y cuando acepte ser siervo, o cliente si se trata de cuestiones políticas o, en el plano masivo, consumidor final. No hay ya un “otro, mi igual” y la generalización progresiva de estas conductas, ha ido determinando la política.

Frankl describe la pérdida del objeto, la pérdida del sentido de la vida. Nos muestra de qué manera la conciencia oligárquica exige la modificación de la persona, ya que solo así puede ser asimilado a un sistema de carácter oligárquico y, por consiguiente, a la contracultura. Este desarrollo contracultural engendra y exige un tipo de hombre que sea capaz de asumirlo, o sea, de enfermarse.

Esta pérdida de sentido de la vida, es consecuencia del único sentido que se ofrece en el mercado: acumular más poder, ganar más dinero, tener más cosas y practicar el hedonismo, todo aquello que procure placer. Entender que ése es el “sentido de la vida”, ya es una pérdida de sentido aunque la víctima no lo vea como pérdida y se plantee en el fondo que “nada tiene sentido”, que le da lo mismo hacer cualquier cosa. Y como da lo mismo hacer cualquier cosa, busca hacerla con el poder, que es más cómodo.

La flecha del sentido que señala Frankl -que le da a la persona un camino para ir desde donde está, hasta la meta-, es lo que queda perdido. La pérdida de sentido es eso: no sólo se refiere al “sentido” en el término de “flecha”, sino al sentido en términos de “finalidad teleológica”, las causas finales en la vida del hombre. Esto es, aquellas que responden a las preguntas ¿para qué estoy acá? ¿por qué vine al mundo?

El pensamiento oligárquico define a la vida como un banquete, una fiesta, reservada para los que puedan y quieran pagar la entrada. Para los multimillonarios de la lista de la Revista Forbes, para el 1 % de las familias más ricas del mundo, que concentran el 48 % de la riqueza global. Y la “entrada” es la cantidad de personas que acorrala, esclaviza, roba o mata para poder estar en ese banquete. Es el banquete opuesto al “ágape” que propone Cristo. La oligarquía propone el banquete porque, como siempre, aparece como algo similar que, parecido a la verdad, es lo más opuesto de la verdad.

Al hombre, entonces, se le reemplaza el sentido, por otro sentido. La “flecha”, en lugar de encaminar al hombre hacia su finalidad, recuperando la fe en su misión, lo lleva hacia la meta que se ha propuesto la oligarquía, ya sea considerada como enfermedad ó, si nos referimos a sus portadores, como grupo oligárquico, cualquiera sea éste.

Precisamente por eso Frankl pudo clasificarlo como enfermedad, con una terapéutica –la logoterapia-, que es eficaz además, porque cura. Si bien Frankl no tuvo tiempo de generalizar su método a nivel cultural global, siempre lo hizo a nivel de consultorio, de terapeuta a paciente. Cuando comenzó a atender en Estados Unidos, hace más de 50 años, decía que el 20 por ciento de las enfermedades de carácter psicológico eran noógenas; hacia el final de su vida modificó ese cálculo y sostuvo que se trataba del 80 por ciento de los casos.

Pero Frankl también nos dejó una cura colectiva, que es enfrentar a la contracultura, luchar contra ella. Implica expulsar la contracultura, empezando por sí mismo y siguiendo por el prójimo, sabiendo que es el origen y fuente constante de esta enfermedad fundamental.

7. La recuperación del sentido

Para salir del nihilismo, filosofía de la nada, que ha diseminado la modernidad del norte, tengamos presente que el hombre está orientado, más que por la búsqueda del placer o el poder, al sentido de la vida. El ser humano es el ser en busca de sentido.

Ahora bien, la recuperación del sentido es para el lugar, el camino y la meta, como también para las cosas. Se recupera el sentido como lo hace quien sale de un desmayo o de un sueño, preguntándonos y preguntando ¿qué soy?, ¿para qué estoy?, pues para salir de la inmediatez de la inmanencia, el hombre debe elevarse hacia la trascendencia, luego de lo cual recién es capaz de reconocer al otro, reconociéndose a sí mismo como hombre, ser social. No hay otra forma de recuperar el sentido y, más aún, sin recuperarlo es prácticamente imposible acometer cualquier misión.

Cuando Evita decía “expulsar de uno mismo el espíritu oligárquico”, lo que decía no constituía un problema político sino cultural y a la vez un problema espiritual de primer orden. Los que la escuchaban creían que era un problema político, pero ella, que era Terciaria Franciscana, sabía que esto no era así. Evita no combatía a la oligarquía de Fulano de Tal o Mengano de Cual, sino a la oligarquía como espíritu.

El panorama social actual, dominado por la omnipresencia de la llamada inseguridad, con narcotráfico creciente, vastas porciones de anomia territorial y regreso a las formas de la horda, es el fiel reflejo de la endemia, porque la resultante de la relación entre oligarquía, contracultura y este hombre individualista acérrimo, es la enemistad con todos los que lo rodean. “Ser hombre es ser enemigo”: es con esta cualidad que los hombres inmersos en la contracultura pueden ser liberales, racistas, esclavistas, terroristas, criminales ú oligarcas.

La entronización del individualismo implica la desaparición de la comunidad, por desaparición de la obediencia y con ello de la autoridad. Pero hay que recordar que la obediencia nunca es a otro, sino siempre a sí mismo. Y la desobediencia también, pues el que desobedece se engaña creyendo que desobedece a otro, cuando en verdad se desobedece a sí mismo. Solo formalmente se desobedece a otro, como la forma de exteriorizar la desobediencia íntima consigo mismo.

Para recuperar al hombre solidario, restableciendo las sucesivas formas de integración de la vida humana, la familia, la pequeña comunidad, hasta la comunidad social de la nación, es menester recuperar el sentido y la capacidad de obediencia, que es también la capacidad de recuperar la autoridad, reconstruyendo la trama íntima de la sociedad.

Sólo en el cumplimiento de los deberes, podrá encontrar la posibilidad de ejercer sus derechos, pues el hombre podrá realizarse en la medida que se realice la comunidad a la que pertenece.

  • Hinterland: Este concepto se aplica específicamente a una región situada tras un puerto o río, donde se recogen las exportaciones y a través de la cual se distribuyen éstas. http://www.britannica.com/EBchecked/topic/266517/hinterland
  • Régimen: conjunto de instituciones, relaciones y conductas, resultado del ejercicio del poder verdadero.
  • Anomalía : Cambio o desviación respecto de lo que es normal, regular, natural o previsible.