CREER Y QUERER

La Argentina se enfrenta a varios escenarios posibles y ninguno es para entusiasmarse demasiado. Entre el pasado y el presente, la opción asusta. Sin embargo hay razones para la esperanza.

En la misma medida en que crece el malestar ciudadano con el gobierno de Mauricio Macri reaparece desde el corazón de la grieta la figura de Cristina Fernández con todo lo que ella arrastra como rémora de un pasado  en el que la mayoría de nosotros no quiere volver a caer.

Cualquier distraído podría pensar que hablamos de dos liderazgos fuertes, sólidos y con proyección de poder. Nada de eso; mientras el 70% de los argentinos rechaza la figura de la ex mandataria casi la misma cantidad confiesa que no volvería a votar al actual.

Extraño escenario este en el que los dos protagonistas más fuertes del universo político concitan el repudio generalizado de quienes, se supone, tienen la potestad de resolver si uno sigue en el poder o la otra regresa, agobiada por causas penales, a su Patio de las Palmeras, sus cadenas nacionales y su inevitable compulsión por coleccionar dólares y euros.

Pero en el medio de este tiempo preelectoral pueden pasar muchas cosas. Desde una rectificación del rumbo oficial -lo que parece complicado dada la inagotable vocación de mala praxis y desprecio por las cosas de la gente demostrada por Macri y su equipo- hasta la aparición de una tercera opción a la que algunos esperan por el lado del peronismo federal y otros ya claman en forma de un Bolsonaro vernáculo que desde la «antipolítica» nos saque de este atolladero en el que nos hemos metido. Un delirio al fin, pero que cada vez toma más fuerza en los diferentes procesos de un mundo convulsionado.

Y tampoco puede descartarse que el enojo popular culmine en movilizaciones y presiones que acorten el mandato del presidente y suman al país en una crisis institucional de proporciones que sin embargo no debería generar pánico en nadie.

Si algo positivo dejó el 2001 fue la enseñanza de una institucionalidad mucho más fuerte de lo que se pensaba; esa que solo diez días después del estallido tenía a la república normalizada y al país trabajando a pleno para dejar atrás las convulsiones y los dolores.

La caída de De la Rúa, cinco presidentes en diez días, el default, los gritos de la gente pidiendo que se vayan todos, la pérdida de todo respaldo internacional y la caída de la economía hasta el más bajo de los subsuelos fueron el marco en el que la nación debía levantarse. Algo para muchos imposible…

Y sin embargo se pudo. El Congreso cumplió, como nunca antes, el papel que la Constitución le otorga, la justicia avaló rápidamente el estado de conmoción y permitió al gobierno de Eduardo Duhalde operar sin anestesia sin caer por ello en violación alguna de la ley.

Se sumó la Iglesia, se aplacaron las organizaciones sociales, se replegó el sindicalismo en sus demandas y hasta los empresarios aceptaron que, al menos por una vez, no podían poner sus intereses por encima de los de la sociedad. Y si bien es cierto que prontamente la situación de la economía mundial comenzó a virar y que los commodities, hasta entonces en franco retroceso, tomaron el centro de la escena, nada hubiese sido posible sin aquella conciencia común de que salíamos entre todos o no salíamos.

Y aunque algunos agiten el riesgo de otra Navidad en llamas, queda aún mucho camino para evitar que ello suceda y lograr que el escenario, aún convulso, no llegue a los niveles de dramatismo de entonces.

Lamentablemente no supimos los argentinos -y no quiso la clase gobernante- avanzar en las reformas que permitiesen aventar los riesgos de una nueva crisis. Tal vez aquellos días nos enseñaron que la recurrencia en las tormentas indica la necesidad de buscar formas de gobierno más dinámicas que permitan echar mano a instrumentos de corte que nos alejen de estos desgastes interminables a la espera de un nuevo proceso electoral.

Tal vez una democracia parlamentaria, con un presidente que encarne el estado y un primer ministro que represente el poder y el humor de la sociedad hubiese sido el camino. Si la gente dice basta, se convoca a elecciones anticipadas y se cambia el rumbo sin tocar la máxima autoridad de la república. Pero ese es otro tema…

Lo realmente importante es concluir que cualquiera sea la culminación de este desgastado proceso, la república cuenta con instrumentos suficientes para afrontar el desafío, barajar y dar de nuevo.

Lo único que no podemos ni debemos hacer es dejar que avance el descontento, que se deteriore hasta la indignidad el nivel de vida de los argentinos y que quienes gobiernan crean que las espaldas de la gente están en condiciones de sostener, con hambre y miseria, una filosofía que nadie entiende y todos sufren.

Quien quiera oír…que oiga.