Cuando un uniforme se convierte en el blanco de la violencia social

Otra noche más -¿y van?- en la que policías y agentes comunales que llevan adelante operativos de control son atacados por la furia de los que tal vez durante el día piden «más seguridad».

Tres hombres mayores de edad fueron aprehendidos anoche durante un amplio operativo policial y de tránsito realizado en la zona del complejo La Normandina, en Playa Grande, cuando intentaron evitar el accionar de los agentes, al tiempo que en el procedimiento fueron secuestrados 30 vehículos y tres motos.

La primera detención tuvo lugar cuando un hombre intentó darse a la fuga para evitar un control de alcoholemia y, en su huida, arrastró con su vehículo por unos metros al oficial a cargo del operativo.

Al segundo individuo lo detuvieron mientras personal policial identificaba a menores de 18 años, que no están autorizados a ingresar a los boliches. En ese momento, el padre de una de las jóvenes se presentó en el lugar muy exaltado y exigió que le devolvieran a la hija. Los policías le explicaron que así se haría previo a una formalidad: que Minoridad registrara el hecho, para cuyo trámite los menores debían esperar su turno.

Sin embargo, el hombre se abalanzó sobre los agentes y agredió físicamente a un efectivo de la Dirección Departamental de Investigaciones (DDI), a quien le lesionó una mano.

La tercera detención se produjo luego de que un sujeto arrollara los conos dispuestos en el control vehicular y estuviera muy cerca de atropellar a personal que trataba de identificarlo.

Pero todo lo ocurrido bien puede ser una crónica de lo que pasa cotidianamente cuando, los mismos que luego se quejan de la inseguridad reinante, agreden a quienes pretenden que los cuiden cuando «se atreven» a marcarles a ellos una infracción.

Mar del Plata se escandalizó cuando el año pasado un menor ebrio pretendió escapar de un control de este tipo y en su huida atropelló y mató a un joven oficial de la Policía de la Provincia.

Pero pasada la conmoción -y los eternos pedidos de pena de muerte, traslado a la Isla de los Estados, trabajo forzados picando piedras, fusilamiento a los padres y todas esas barbaridades que la sociedad repite para no tomarse el trabajo de pensar seriamente como se soluciona la creciente anomia que nos atraviesa de punta a punta- todo volvió a «la normalidad» y desde entonces hasta ayer a la noche fueron atropellados, golpeados, insultados, humillados aunque milagrosamente sin más muertos, decenas de agentes de seguridad y tránsito a los que «la gente común» pone más en riesgo que la propia delincuencia.

Es de esperar que el castigo a estas actitudes sea, de una vez y para siempre, tan duro como ejemplar. Quien agrede a un agente encargado de la seguridad pública está agrediendo al estado mismo, y eso es un delito de alta gravedad que no puede ser disfrazado de mal momento ni de ninguna otra cosa.

Ya bastante vergüenza histórica nos causa el recordar que centenares de soldados y policías asesinados a sangre fría durante los años de plomo no han tenido ni el reconocimiento oficial ni la compensación económica que si se les ha dado a sus matadores.

U observar el estado de indefensión al que, entre discursos ñoños y sonrisas estólidas, los funcionarios de este y todos los gobiernos someten a su personal policial y de seguridad frente a una delincuencia cartelizada, armada con sofisticación y apoyada en abogados carroñeros y jueces garantistas que siempre la ponen un paso por delante de la ley.

Llegó el momento de contestarnos entonces, ¿de qué lado estamos?.

Y si estamos del lado de la ley exijamos que el escarmiento ante la violencia que afecta a quien nos cuida sea aplicable desde la actitud irresponsable y hasta la criminal.

Al ciudadano que lastima a un representante de la ley durante un control de tránsito debe castigárselo de tal manera que el resto de la sociedad entienda que ese uniforme es parte de nuestra institucionalidad y por tanto debe ser respetado como la bandera, el escudo o el himno.

Solo así nuestros hijos entenderán que la diferencia entre vivir dentro de la ley y hacerlo fuera de ella no es una línea difusa ni una zona gris. Es algo tan nítido que hay que ser estúpido o malintencionado para no saber en donde se encuentra.

Basta entonces de esta nueva costumbre de lastimar, atacar y hasta matar a policías y agentes de tránsito tan solo por no pagar una multa. Si hasta parece mentira tener que decirlo…