Las dos caras de una ciudad que avanza en el sentido correcto al mismo tiempo que cede espacios a una marginalidad creciente y consentida.
Mar del Plata nos devuelve una imágen disociada. Por un lado el avance en obras estructurales que eran necesarias y se demoraron durante décadas, nos indica que la administración ha tomado nota de la necesidad de adecuar la ciudad a los nuevos tiempos, al crecimiento de la población y de la importancia de caminar hacia una urbe moderna y cosmopolita.
La estación ferroautomotora, el emisario submarino -cuya acción ya es visualmente mensurable con la desaparición de aquella «mancha marrón» que tanto dio que hablar y hoy ya es un recuerdo- la generación de zonas de paseo con la estética y las características de las que pueden verse en las principales capitales del mundo, de las que la calle Güemes y la recuperada Alem comienzan a ser iconos, la definición de balnearios dotados de todos los servicios y comodidades, la política -aún errática pero conceptualmente acertada- en materia de disposición final de residuos, la inversión en desagües cloacales y desarrollo de la red de agua, la definición de un crecimiento hacia el oeste que comenzará con el traslado de la sede del municipio hacia la zona elegida y varios emprendimientos públicos y privados de diversas características son ejemplos de esta, la que podríamos llamar la cara virtuosa de nuestra ciudad.
La contra cara viciosa es sin embargo preocupante. La zona céntrica parece hoy irremediablemente perdida en manos de la marginalidad de todo tipo y prolifera en ella la informalidad comercial en forma de carrindangos y ambulantes de todo tipo que afectan ¿definitivamente? a los comerciantes de la zona y por supuesto a los habitantes.
Las playas ocupadas por emprendimientos privados y generalmente de escaso nivel visual y nula higiene, en desmedro de la gente que nos visita y que cada vez tiene menos espacio gratuito para instalarse y disfrutar de una actividad que es propia y esencial de la ciudad.
La ocupación de los espacios públicos, de la que hemos hablado largamente en este diario digital, indican la impotencia o la falta de interés de las autoridades para resolver una cuestión que termina teniendo un costo real para Mar del Plata y su gente y que puede extenderse como una infección que termine de contaminar en el futuro a aquellos emprendimientos que citábamos antes y que marchan por el camino correcto.
Dos caras bien definidas de una realidad en constante enfrentamiento del que por el momento no puede determinarse quien será la vencedora.
Y lo que está en juego es demasiado importante como para que lo dejemos en manos de la suerte.