EL DICTADOR INVIABLE

Trump dijo en campaña y reiteró en su discurso de asunción lo que realmente piensa de su país y del mundo. Sus argumentos populistas y mesiánicos son sin embargo impracticables.

Muy pocas de las cosas que Trump anunció en campaña y confirmó en el día de su jura como 45° Presidente de los Estados Unidos podrán en definitiva ser llevadas a cabo. Y no es difícil colegir que en ese potencial fracaso encontrará un grave problema de legitimidad que puede ir corroyendo día a día su ya cuestionado poder.

Solo quedarán entonces las medidas efectistas para dejar en pie, promesas chauvinistas, populistas y demagógicas en las que enancó su triunfo y su llegada a Washington un hombre que pagará el precio de no haber ejercido cargo alguno, no conocer por dentro la política y no saber que en sistemas tan bien aceitados como el norteamericano no siempre puede hacer el presidente aquello que desea.

Podrá entonces levantar su muro pero no logrará deportar a los indocumentados si uno o más de los gobernadores estatales -que detentan una porción no delegada de soberanía mucho mayor y efectiva que aquella a la que estamos acostumbrados los ciudadanos de países en los que las instituciones tienen siempre menos valor que el poder del líder de turno- resuelve que de su jurisdicción no pueden ser expulsados. No hay poder presidencial que pueda elevarse por sobre una decisión contraria de cualquier estado de la Unión; y ya el alcalde de Chicago dijo por estas horas»que vengan acá sin miedo (los indocumentados) porque de acá nadie podrá echarlos».

Que decir entonces de su enfática promesa de que solo se comercializará lo fabricado en el país. “Seguiremos dos reglas básicas: compren productos americanos y contraten a trabajadores americanos”, dijo Trump, sin tener en cuenta que el fenómeno de la globalización hará imposible que sus productos compitan con aquellos fabricados en países con mano de obra por cierto más barata.

Claro que puede intentar cerrar totalmente su economía, pero ello llevaría al país a ser apartado de la Organización Mundial de Comercio, lo que está siendo esperado con las fauces abiertas por China, la India, y Rusia para apropiarse del comercio mundial. Una medida semejante hundiría a los EEUU en menos de una década en una crisis que, teniendo en cuenta la universalización de sus intereses económicos y sobre todo financieros, sería un suicidio para la nación y para su presidencia.

A su apotegma «América Primero» vale responder que aquella globalización de la que hablábamos, la atomización de los paquetes accionarios, la relación directa entre el dólar y otras monedas nacionales como divisa testigo y por supuesto la caída de fronteras comerciales por el crecimiento del e-commerce, convierten su grito de guerra en algo más útil para componer un himno de homenaje que para encauzar una gestión de gobierno. Sin palabras.

Donald Trump puede encarnar un gobernante de los trajinados años de la mitad del siglo XX, con esa sobrecarga de patriotismo con el que se encaraban guerras y conquistas, pero poco y nada parece poder aportar a una sociedad universal que ha cambiado en principios y acciones.

Y tal vez en ello radique el principal peligro: cuando los dictadores se descubren inviables, su propia y enfermiza personalidad los lleva a multiplicar la sinrazón.

E invariablemente el mundo paga las consecuencias. Habrá que esperar…