Ignacio Hurban, que conoció a su familia biológica a los 36 años, creó una digna melodía antes de conocer su verdadera identidad. Todo un regalo para la asociación que preside su abuela Estela
La vida de Ignacio Hurban cambió hace apenas dos meses, justo cuando se sometía a las pruebas de ADN, animado por su pareja, la modista Celeste Madueña. El proceso fue rápido, y a principios de agosto ya conocía su origen: es nieto biológico de Estela Carlotto, la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo. Ignacio, de 36 años, es un músico, pianista y compositor, residente en Olivarría. Aficionado al River Plate. Para su abuela -y para el resto de las familias Carlotto y Montoya-, es solo Guido. Para todos aquellos que no lo conocen, el «nieto 114». «Ahora sé quién soy y quién no era», comentaba a la prensa tras el esperado encuentro con su abuela.
Allí donde se juntan Ignacio y Guido -por lo que es y por lo que ha sido-, nace la historia de un hombre que vivió toda su vida sin conocer quién era realmente. Su carrera musical lo llevó a cruzarse en el camino de la asociación que preside su abuela materna, y para ellas compuso «Para la memoria», un himno dedicado a las personas, que, como él -aunque aún no lo supiera- vivían separados de su familia biológica. Lo publicó finalmente el 24 de marzo, casi cinco meses antes de conocer su verdadero pasado.
«Cargando en ancas los hombros se van quedando los años / no se han cerrado las puertas ni las heridas de antaño. / Camino al sol, que hace la sombra de todo igual / si al estrujar el viento contra un pecho labriego / ya no hay heridas que marquen los brazos de un hombre entero / ni hay canciones que apañen lo que no guarda en el pecho». Éste es el final del himno, de su canción dedicada a los niños robados por la dictadura argentina. Un canto a la esperanza pero consciente de la imposibilidad de cerrar las heridas abiertas de las familias afectadas.
El trágico destino de sus padres
Walmir Óscar «el Puño» Montoya y Laura Carlotto fueron militantes monteros, una organización guerrillera argentina de la izquierda peronista, que luchó entre 1970 y 1979. Ambos fueron secuestrados en 1978 en los alrededores de La Plata, donde ambos habían llegado para estudiar. De su padre poco se sabe, pero su madre fue retenida durante seis meses en el centro clandestino «La Cancha», a las afueras de La Plata. Dio a luz en el Hospital militar a Guido, el mismo nombre que tenía su padre. Fue asesinada por la dictadura de Videla tan solo cinco días después del parto.
Su padre, Oscar Montoya corrió la misma suerte. Fue enterrado en 1977, pero sus familiares no lo supieron hasta 2009, pues estaba en la lista de desaparecidos por el régimen. Habían mantenido la esperanza de que se encontrara vivo hasta en ese año en el que exhumaron unos cadáveres no identificados del cementerio de Berazategui.
Así, Ignacio se crio con su familia de acogida, una pareja rural que, según han comentado desde la asociación en reiteradas ocasiones, «poco o nada tenía que ver con el régimen». Creció y desarrolló su pasión por la música, sin saber de dónde le procedía. Pero también por la lectura y las bellas artes. Tardaría años en comprender que tiene todo esto interiorizado, pues le viene otorgado por la caprichosa genética. Óscar, su padre, era músico.
Sus otros ascendentes
A pesar de que sea su abuela Estela la cara visible del reencuentro, Ignacio ya ha tenido la oportunidad también de conocer, por fin, a la otra parte de su familia, a los Montoya. Con pena, eso sí, de tampoco haber tenido oportunidad de encontrarse con su fallecido abuelo paterno, Bergel Montoya, un emigrante español de los 40 que llegó a Argentina para quedarse y formó una familia con Hortensia «Tenchi» Ardura.
Fue su tío Jorge junto a sus dos hijas quien la acompañó al esperado encuentro. Pero antes, ambas abuelas tuvieron la oportunidad de intercambiar unas palabras telefónicamente: «Ahora entiendo por qué mi hija se enamoró de tu hijo», le contó a Estela en unas declaraciones recogidas por «La Nación».