Cristina está callada, el gobierno está callado, sus habituales voceros están callados. Todos hacen uso del derecho a no declarar en su propia contra.
La lealtad tal cual la entiende el peronismo ha sido siempre sobreactuada. Bastaba que Perón anunciara que iba a ir al cine para que miles de comunicados expresaran que por el camino del cinemascope llegaba la revolución.
Ahora, si al General no le gustaba la película...era el imperialismo yankee que nos bombardeaba con basura hipnotizante.
Los peronistas nunca supieron estar callados, y es lógico. Tan desprolijo y aluvional es»el movimiento» que hay que gritar todo el tiempo con la esperanza de que alguien nos oiga. Y ese alguien, por supuesto, es el que en el momento del alarido detenta el poder que, además, en el peronismo suele ser absoluto.
¿Porqué entonces hay ahora tanto silencio?. Muy sencillo, la mayoría de los dirigentes sospechan que el gobierno no es ajeno a la muerte de Nisman y prefieren por tanto mantenerse en silencio.
Porque una cosa es sospechar y otra muy distinta es «saber y participar». En esta no…al menos en esta no.
Pero como son peronistas no pueden evitar lanzarse a la otra «especialidad» histórica de los compañeros: conspirar.
Por estas horas todos «se prueban la ropa que vas a dejar» y levantan el teléfono haciendo llegar a quien corresponda el consabido «yo no fui», del que los periodistas podríamos formar una colección.
Mientras esperan la llegada de un nuevo patrón, para llenarlo de palabras laudatorias y comunicados de apoyo.
A cambio de amnesia y nuevos cargos, por supuesto.