(Escribe Adrián Freijo) – Ya nada será igual en la Argentina y cada una de las jugadas pergeñadas desde Olivos en las últimas horas lo pusieron en evidencia.
La muerte de Nisman generó una catarata de hechos no deseados ni planeados por un gobierno siempre voluntarista y una nueva realidad marca ahora el paso en el país.
Cristina había tomado una decisión y esta era que La Cámpora desembarcase en la SIE para utilizar toda su estructura en la ardua tarea de hacer más llevadero el último y complicado año de un gobierno que ya daba muestras de fuerte desgaste.
Pensaba la Presidente que un año electoral signado por la amenaza de «carpetazos» limitaría a los líderes de la oposición, y sobre todo a la prensa y los sindicatos no oficialistas, a moderar el tenor de los reclamos y achicar conflictos.
Pero si algo movilizaba el proyecto era la intención de maniatar a la justicia, ese nuevo enemigo al que el kirchnerismo parece no poder domar a los cachetazos, tal cual es su costumbre y tal vez el único terreno en el que se mueve con alguna eficiencia.
El desembarco de Parrili en La Casa tenía como destino allanar el camino: primero sacar del medio a los que se tenían que ir para luego incorporar a los que tenían que venir.
No tuvo en cuenta que, como le está pasando con el Poder Judicial, una década de «dejar hacer» había generado en el organismo una interna salvaje entre gente que, digámoslo claramente, no son los ejemplares más mostrables de una sociedad sana.
En buen romance…son espías; personas que se ganan la vida fisgoneando a sus semejantes.
Parrili además dista mucho de tener las características de un «monje negro». Es un ejemplo claro del ideologismo cerrado de los setenta y ve todas las cosas con un sólo prisma y un sólo color. Eso lo limita al momento de aconsejar -su simplismo alarmante lo lleva a observar todo dentro de la ecuación «amigo-enemigo»- y está mucho más cerca de un grosero López Rega que de un tortuoso Coti Nosiglia.
Y esa interna se llevó puesta la vida de Alberto Nisman y hoy muchos comienzan a temer que puede hacer lo mismo con el propio gobierno.
Cristina no está indiferente a lo que pasa; Cristina está asustada.
Por primera vez desde el inicio de su gobierno está convencida que ninguno de los alfiles que la acompañan puede sacarla del atolladero, y tal vez comienza a darse cuenta que «están secas las pilas de todos los timbres» que quiere apretar.
Durante gran parte del viernes y todo el día de ayer intentó abrir las compuertas de un nuevo diálogo con sectores de la oposición que le permitiesen un tratamiento urgente de un proyecto de ley que pusiese a la SIE bajo la órbita del Congreso.
Según su idea, el nuevo organismo tendría una jefatura colegiada con presencia de la oposición y acuerdo del Senado.
Todo fue rechazo; nadie quiso ayudarla a domar un potro al que su visión diminuta de la política y su indiferencia ética han vuelto inmanejable.
Teme por estas horas que otra muerte pueda sacudir definitivamente un avispero que espera ansioso para picarla y no sabe como hacer para evitarlo. Y pregunta a los gritos de que ámbito cercano salió la orden para la grosera maniobra que terminó con el derrotero del periodista Damian Pachter publicado en los diarios.
Pero lo que más la desespera, y para lo que no tiene respuestas a mano, es darse cuenta que el día más temido por su reptante visión del poder ha llagado por fin: la realidad le está manejando el día a día.
Y eso para el poder del relato permanente es demasiado.