Vidal sabe que con Jorge Macri encabezando las listas de octubre pierde la provincia. Pero el presidente, que solo escucha la sesgada visión de Peña y Durán Barba, juega todo a su desangelado primo.
Si las aspiraciones de Emilio Monzó y Joaquín de la Torre eran repartirse los alfiles en el territorio bonaerense, ayer Mauricio Macri les puso el dedo en la llaga con una visita inusual para las latitudes de la Provincia.
Es que Juliana Awada desembarcó en el Conurbano bonaerense para mostrarse en Vicente López junto al intendente de ese distrito y primo de su marido, Jorge Macri.
«Tuve la oportunidad de conocer a algunas madres, charlar con ellas y ver la tranquilidad que sienten de saber que están en buenas manos», afirmó la primera dama que, fiel a su costumbre, esquivó cualquier definición política.
A esa altura, no hacía falta. Con Emilio Monzó buscando sumar peronismo y poniendo a jugar al vice de Rogelio Frigerio, Sebastián García De Luca, como la cara visible en el intento de cazar alfiles ajenos, Vidal puso el equilibrio y mandó a su ministro de Gobierno, Joaquín de la Torre, a ser el interlocutor con los intendentes.
Pero el dicho es claro: “No hay dos sin tres” y ayer la investidura presidencial puso su ficha para jugar su pleno. Y el mismo no es otro que alguien de extrema confianza para Mauricio Macri: su primo Jorge.
El intendente de Vicente López reúne además de capital político, algo que lo diferencia de los otros actores y que cumple a rajatabla una máxima macrista impuesta desde La Rosada por Jaime Durán Barba y el Jefe de Gabinete Marcos Peña: confiar en los pura sangre.
Claro que María Eugenia Vidal, encuestas en mano, sabe que en la provincia Jorge Macri no mide más allá de los 5 ó 6 puntos y que su presencia encabezando la lista de octubre es un camino irremediable a la derrota, algo que aterra a la mandataria sabedora de que el peronismo -que comienza a moverse hacia un centro de unidad- la espera con las fauces abiertas.
Y eso terminaría no solo con su gobierno sino además con su futuro, que cada vez más claramente observa sentada en el principal sillón de la república. Algo que, dicen los que escuchan tras los pesados cortinados de Balcarce 50, no gusta nada ni a Marcos Peña ni al propio presidente.
Cosas de un poder que en los últimos tiempos parece observar más el propio ombligo que el gesto de la gente de la calle. Con el peligro que ello implica…