Las jornadas desarrolladas bajo el lema “Democracia, un camino de servicio a los pobres” giraron en torno a un tema que se mete en el centro de la escena: ¿sirve un sistema que excluye a tantos?
Los índices sociales son peores que en los negros tiempos de la dictadura; el camino de la economía es de mayor deterioro del de aquellos años, la educación cae a niveles propios de la Década Infame, la infraestructura reconoce atrasos con respecto a los países desarrollados y son mayores a los que podamos analizar en cualquier tiempo anterior. ¿Es este el resultado de la democracia, o lo es de «esta» democracia?.
Entonces…¿tenemos realmente una democracia?.
Si el sistema que hoy recorremos es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo que nos enseñaron en nuestros tiempos escolares, es claro que hoy la Argentina no transita un camino democrático. Porque podrá recordarse también aquello de que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes, y alguien tendrá derecho a preguntarse si realmente nosotros los elegimos o solo estamos condenados a optar por aquellos que la clase política pone delante de nuestras narices.
Sobre estas cosas giró la reflexión profunda de la reunión de la Pastoral Social de la Iglesia Católica que deliberó en nuestra ciudad y que dejó definiciones tan claras como irrefutables. Desde la profunda diferencia del «decir y estar» con el «hacer», hasta el replanteo de la deshumanización del capitalismo, el diagnóstico sobre el aumento incontenible de la pobreza y la indiferencia del poder político frente al sufrimiento de los más débiles.
Mucho sabe de esto una institución que en el aciago 2001 se puso al hombro el Diálogo Argentino y encontró lentamente el camino del encuentro que por entonces parecía imposible.
Algún desprevenido sostendrá que estos temas siempre estuvieron presentes en anteriores jornadas. Y no se equivocará; lo que ha cambiado marcadamente es el lenguaje y el tono. Lejos del decir elíptico que la caracterizara durante décadas, esta Iglesia argentina habla con el idioma de la calle, en forma directa -no exenta de dureza cuando ella es menester- y con la clara intención de que políticos, efectores sociales y sobre todo los más débiles sientan que tienen delante a alguien que sabe de que se trata y es protagonista y no observador.
Pero al mismo tiempo marca el camino: no todos los que expusieron en estos días tienen la misma mirada que ella. Allí estuvieron sectores que supieron enfrentarla, dirigentes que apoyaron o se desentendieron del tema del aborto, representantes de los mismos sectores que hoy la Iglesia señala como responsables del dolor ciudadano y hasta autoridades, frente a las cuales los obispos ni silenciaron ni acomodaron el mensaje.
Todos hablaron, algunos se molestaron...pero nadie sacó los pies del plato del debate.
¿No es eso lo que necesita la Argentina?, ¿no es llegado el momento de sentarnos todos en torno a una mesa de diálogo y debate?, ¿no tomamos nota de una realidad que nos convoca al consenso en la diversidad?.
Esta ha sido la gran lección que nos dejó la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina (CEPAS) en la Semana Social. Se puede pensar distinto en muchas cosas pero estar juntos frente a objetivos comunes. Y eso es lo que saca a los países de la decadencia y los deposita en el camino de la recuperación. Que aún arduo, es siempre hacia arriba.
Allá donde dicen que habita Dios…lo que en este caso no parece casual.