Sobre el sugestivo amor de los candidatos hacia Perón y Evita

Por Adrián Freijo – Cristina, Bullrich, todos. Pareciera que sobre el final de la campaña «amar» a Perón y Evita da rédito. Por eso hoy quise rescatar esta nota publicada por mi en enero de 2011. Para reflexionar.

   JUAN…VAMOS A MI ESTRELLA

 La casa estaba tranquila esa mañana,pero Juan sabía que esa tranquilidad se evaporaría con la llegada de ella.

El general -como lo hiciese cada día desde que habitaba el barrio- escribía en su vieja máquina todas aquellas cosas que suponían recuerdos de una vida larga, tantas veces dolorosa en su lejanía de la patria y otras tantas felices de los años del crecimiento personal,la experiencia de poner el país de cabeza y aquél último tiempo del reconocimiento de todos.

Aunque este último fuese un período que le había dejado un sabor amargo en la boca; demasiada violencia, demasiados muertos….demasiado hacer lo que se debía, lo que se podía y sólo algunas veces lo que se quería.

Sin embargo aquellas cosas nunca lograron enojarlo demasiado. Sabía que lo había intentado; estaba convencido de que su postrer visión pacificadora era el último camino posible para salir de tantos años de enfrentamiento.

«Estaban todos tan crispados que no me escucharon» reflexionó, «se habían peleado durante veinte años, muchos abrigaban deseos de revancha y otros no entendieron que la muerte nunca es camino de solución».

Suspiró. ¿Era él responsable de toda aquella locura?…

Muchas veces pensaba que suya era parte de la culpa; ahora sabía que muchos a su lado le decían una cosa y hacían otra.Y eso, aún en su actualidad de calma y descanso, lo molestaba.

Tal vez era una de las muy contadas cosas que hoy lo molestaban.

Estaba en esas cavilaciones cuando entró ella. Y cuando eso ocurría, las cosas cambiaban.

El aire se llenaba de una electricidad muy especial, el tiempo parecía acelerarse.

Y el viejo General sabía que iba a tener que aplicar toda su paciencia, toda su calma sabia y todo su magnetismo sobre aquella personita bella, nerviosa, activa, para que las cosas nos e salieran de madre.

Eva recorrió la habitación sabiendo, como siempre, hacia adonde iba.

Una vez junto a la ventana escrutó velozmente las calle, las casas -que en este barrio eran absolutamente iguales, aunque la suya tuviese ese «algo» especial que hacía que mucha gente pasase cada día con la sóla esperanza de verlos observando la caída del sol sobre el jardín repleto de los ceibos que su mano plantara y los manzanos que tanto amaba Juan y que le recordaban aquellos de la calma de Puerta de Hierro- esperando poder divisar al personaje.

«Negrita», le dijo sin levantar la mirada de su tarea- «ya te dije que no va a venir…me parece que lo mandaron a otro barrio» sostuvo divertido mientras su dedo señalaba para abajo.

Los ojos de ella destellaron aquella rabia tan particular a la que sabiamente los jueces que le tocaron al llegar no consideraron un demérito y mucho menos un pecado.

» Esta rabia -sostuvieron-es la expresión de la ansiedad por hacer cosas por los demás. No es odio, es apuro.Es necesidad de transmitir la urgencia del que sufre y es expresión del propio sufrimiento» dijeron antes de darle la bienvenida a esa paz eterna que desde la llegada de Juan disfrutaba mucho más.

Pero no era cosa que él se diese cuenta.

Si algo había aprendido Eva en los años juntos era que a su marido le venía muy bien que, de tanto en tanto, ella le sacudiese un poco su estructura conservadora, esquemática y analítica.

Tantas veces en sus años de esperarlo se repetía a si misma que «Juan es demasiado conciliador«, cuando desde allí veía sus intentos por acercar a los enemigos y unificar los criterios.

Aquello había sido motivo de largas conversaciones a partir del reencuentro,  y aunque se propuso no insistir en el tema -sabía que él tenía razón aunque no estuviese dispuesta a concedérsela- no pudo evitar decir:»no puede ser, no quiero quedarme con las ganas de decirle algunas cosas»

Juan dejó de escribir, depositó calamadamente sus gafas de marco dorado sobre el escritorio y la miró con esa mirada que ella siempre había amado y que escondía una mezcla de amor, reprobación y…paternidad.

«Eva…basta…acá las cosas las dicen los jueces y las dicen una sóla vez y para siempre»

Se levantó lentamente y la abrazó. ¡¡Cómo disfrutaba cada vez que ella escondía su rubia cabeza en el gigantesco pecho que había asumido como su lugar en el mundo!!

Le habló tranquilamente, tratando que entendiera: «¿Qué importa ahora si nos usó para llegar al poder?..¿Cuántos lo hicieron?…Y no sólamente después de nuestra partida…¿no te acordás antes, cuando estábamos juntos?..siempre pareció un deporte nacional nombrar a Perón y a Eva como vehículo seguro para llegar al poder»

Por un instante su mirada se nubló y adquirió aquella dura frialdad que supo aterrorizar a algunos de sus interlocutores..»si hasta casi logran que vos y yo nos enfrentemos».

Eva sabía a que se refería…»Juan…ya te dije mil veces que yo no sabía que vos estabas al tanto de mi enfermedad y sólo querías protegerme. Pensaba que los generales te habían torcido el brazo y que por eso no te animabas a aceptarme como compañera de fórmula», lo acarició, «y vos estabas cuidándome y sabiendo que me moría».

Se recompuso » que difícil debe haber sido para vos…tenías que quererme mucho» .

Perón sabía que Eva esperaba, una vez más, aquella respuesta que para ella era un bálsamo y la razón de su vida. Y como si no lo supiese o si sus palabras sonaran por primera vez, le dijo: «claro que te quería mucho Chinita…pero ellos también. Ellos, tus «descamisados» que entonces no me entendieron y se enojaron pero se hubiesen sentido defraudados si yo te empujaba a un esfuerzo que no estabas en condiciones de hacer. Que hubiesen pensado con razón que te usaba a pesar de tu debilidad». Ahora estaba sombrío..»no fué fácil..sabía que te perdía y me daba cuenta que al no dejarte ser lo que querías podía pasar tus últimos días con el dolor de tu incomprensión».

«No fue así» -apuró Eva- «hasta mi último suspiro sólo quería serte útil. Sentía que te dejaba sólo y me desesperaba».

«¡¡ Cómo me enojé con Dios!! -ahora hablaba para ella- «¡que injusticia!..no conmigo que había recibido mucho más de lo que podía pedir…con vos Juan…con vos…yo sabía que todavía me necesitabas, que había muchos logreros a tu lado y que sólo mi presencia los frenaba».

«Y así fue» -concedió el General- «el tiempo que siguió ya no fué igual».

Ambos se quedaron en silencio, cada cual a su manera estaban recordando cosas que no los hacían felices. La traición, los enfrentamientos, la caída….

Tenía razón Juan…nada volvió a ser igual.

Pasando revista a los días finales de su gobierno y a los duros años del exilio él seguía preguntándose como hubiesen sido las cosas si Evita viviera.

Es cierto que el carácter indomable de su esposa pudo haber provocado el levantamiento de aquellos miles de argentinos que estaban dispuestos a dar la vida por el peronismo y es cierto también que el país pudo sumirse en aquello que él justamente quiso evitar siempre, una guerra civil.

Pero el viejo líder sabía que Eva siempre iba a hacer lo que él le aconsejara.

Que no era algo «distinto» a él, aunque no fuera un mero apéndice de él.

Siempre supo que para su esposa el movimiento era él y que ni se le cruzaba por la cabeza la posibilidad de enfrentarlo o descalificarlo.

En todo caso ella representaba un fuego popular que él – viejo militar- no entendía como expresión política pero vaya que había interpretado como integración y derechos sociales.

Perón sabía que él y Eva eran un complemento del destino.

Su papel en la historia había sido el de la síntesis de los tiempos que cambiaban; el de ella..el de un puente entre los dolores de ayer y las alegrías de la nueva era.

¡¡ Evita Montonera!!!….que disparate, pensó.

Eva siempre y sólo fué peronista.

Estaba convencida que Perón y sólo Perón entendía a su gente y sabía como hacer las cosas para ayudarla. Nunca se detuvo demasiado en el análisis y la filosofía….su amor por el líder era arrasador y no le cabía en la cabeza o en el alma otra cosa que no fuese seguirlo y defenderlo.

Sus enojos -aquellos que algunos pretendían motivados en una visión diferente- estaban sostenidos en lo que interpretaba como un abuso que Juan hacía del tiempo como aliado.

«¿Porqué esperar?» …preguntaba Eva.

«Porque aún no es el momento Negrita, y esto mismo lo podremos hacer dentro de poco y sin confrontar tanto«, contestaba él con ese aire paternal de profesor y amigo con el que siempre había logrado hacerla entrar en razones.

Pero ahora ella volvía a espiar obstinadamente por la ventana. En su forma de ver la vida no podía entender que parte del castigo eterno no consistiese en enfrentar a aquellos a los que habíamos dañado voluntariamente…y vaya si aquél al que Eva esperaba lo había intentado.

Néstor quiso usarla a ella y quiso hacer olvidar a Perón.

En su mente rencorosa y vacía de respeto por lo popular había amañado lo que él creía una venganza histórica.

Se quedaría con el capital de aquél hombre venerado, le robaría su movimiento y hasta a su propia esposa símbolo.

Escribiendo una historia a su propia medida demostraría que el General era un simple autoritario y que Eva por el contrario les pertenecía a ellos, los jóvenes «revolucionarios», y que de haber estado en la plaza aquél  1 de mayo de la gran derrota otro hubiese sido el cantar.

Y Evita quería decirle, en la cara, que de haber estado viva los hubiese echado de al lado de Perón mucho antes; en el mismo momento en que desafiaron su autoridad…esa autoridad que ella entendía como una forma de su propio amor.

Para ella la única lealtad posible era la lealtad a Perón….y si Perón decía que había que caminar con la cabeza….¡¡ a conseguir botines con gorro todo el mundo!!!.

Habia que ser muy estúpido o muy malintencionado para pretender quedarse con una parte de aquella sociedad y despreciar a la otra..»Perón y Eva fueron son y serán una sóla cosa» repetía casi gritando cada vez que el tema reaparecía.

«Negrita…basta…no lo vas a ver pasar» dijo él resignado«acá no entran los mentirosos, los codiciosos ni los violentos».

Y ahora, hablando para si mismo, repitió mirando al infinito …»a cuántos quisiera yo ver pasar para decirles tantas cosas…pero no van a estar en este barrrio…eso es seguro».

Eva estalló…»Pero Juan…¿será posible que no le pueda yo reclamar en nombre de tantos pobres y humillados a los que desprecian tirándoloes unas migajas de eso que..¿cómo los llaman?…ah si….planes sociales» gritaba mientras sus ojos se inyectaban.

«¡¡ Planes sociales!!!…Juan…¡¡¡planes sociales!!!…..» -estaba furiosa- «¡¡¡Trabajo…a la gente hay que darle trabajo,dignidad, esperanza !!!….¡¡eso es el peronismo!!!»

Y cómo cada vez que estallaba comenzó a caminar nerviosamente de una punta a otra de la sala; ya hablaba para ella sola…ya era Eva en estado puro.

» Y ese otro hijo de puta de Moyano, robándole la plata a los trabajadores, enriqueciéndose canallescamente junto con sus hijos…..¡¡ y pensar que el pobre Espejo terminó sus días repartiendo galletitas con su vieja camioneta por toda La Plata!!. Y ese sí que tenía poder…era Tu hombre en la CGT y MI hombre en el movimiento.Pudo haber hecho una fortuna…pero nunca se le pasó por la cabeza. ¡¡Él era peronista Juan…no este mercachifle ladrón que se caga en las necesidades de los argentinos!!!….»  -ahora Eva gritaba, casi descontrolada- «¡¡¡40 % de trabajadores en negro y se dicen dirigentes gremiales !!! …a mi se me caería la cara de verguenza…millones de argentinos pobres, sin salud ni educación, cirujeándole a la vida para comer…¡¡¡nada más que para comer!!!…y ellos gordos, lustrosos, obscenos y miserables….gastando plata a manos llenas para quedarse con ese poder de mierda que se han construido….para salvarse ellos aunque el pueblo se muera de hambre…».

Y una vez más desbordó en furia…»¡¡¡Y EN NUESTRO NOMBRE JUAN!!!….¡¡¡EN TU NOMBRE!!!.

Ahora Perón la miraba con toda su atención, una vez más ella había logrado que la distancia entre el maestro y la alumna se acortara.

Si al fin y al cabo lo que Eva hacía estallar en furia había sido motivo de muchas noches de desvelo de aquél hombre del que todos pretendían adueñarse olvidando que su veredicto fue tan claro como contundente

«Mi único heredero es el pueblo», bramó en su agonía para que quedase en claro que no dejaba propietarios singulares de su obra.

Y mientras la escuchaba recordaba a tantos hombres y mujeres que pasaron por su vida y hasta dieron la propia por él y que no habían hecho de la política un camino hacia la riqueza y la ostentación.

Ayer nomás habían recibido la visita de José, aquél diminuto hombre que hizo de la lealtad una razón de vivir y que tantas lágrimas arrancó al caudilllo con la noticia de su salvaje asesinato.

¿ Cómo olvidar que quienes ahora pretendían ser los continuadores de su obra fueron los que orgullosamente reivindicaron el crimen?.

¿Cómo ignorar la gigantesca diferencia entre la vida de Rucci y las estrecheces económicas de su familia y los centenares de millones que impúdicamente mostraban hoy sus asesinos?.

«El peronismo es sobriedad» -reflexionó en voz alta, logrando que Eva depositara su atención en él- «cuando me tocó el momento de venirme para acá sólo dejé como herencia de bienes personales la quinta en Madrid  hecha con mi propia dirección sobre un terreno que me regaló Franco y con plata que me dió Jorge Antonio, la casa de Gaspar Campos que me había regalado el partido y la quinta de San Vicente, donde ahora «tiraron» mis despojos, que vos y yo le compramos a Mercante en cuotas y como se pudo».

» Y ahora nuestros «herederos» no se amoscan por menos de cien millones de dólares» , concluyó amargamente.

Eva había comenzado a enfundarse en uno de sus clásicos trajecitos sastre; simpre creyó que eran los que mejor iban con su enjuta figura.

Y además eran prácticos, una virtud que ella exigía en todas las cosas de su vida.

Como sin mirar le dijo «cuántas veces me criticaron por mis vestidos o alhajas. ¿No se daban cuenta que eran nuestros humildes los que querían verme así?…¿sabés porqué Juan?…porque yo era ellos, y ellos lo sabían».

«Sabían que la Eva enjoyada era la misma que al otro día iba a estar dejando la vida por sus derechos y de sol a sol..».

«Sabían que me abrí camino entre miseria, caídas, atropellos pero que por estar a tu lado había llegado a ser quien era,…yo era el símbolo de esas mismas oportunidades que Perón ponía al alcance

de sus manos».

Y como si un inmenso peso hubiese caído sobre sus hombros le dijo…»Ay Juan..no poder volver aunque sea una hora para hablar con tu pueblo…decirle la verdad….poner las cosas en claro. Que no daría por mostrarle las diferencias…que nos vean juntos como siempre….que sepan que alguna caradura puede imitar groseramente mi voz pero que yo no soy ese tipo de personas que fingen dolor o tristeza frente a los pobres y después se «desinfectan» con perfumes importados».

» ¿Alguna vez el pueblo se dará cuenta  y «hará tronar el escarmiento»?…reflexionó casi en silencio.

Perón hizo como que no la escuchaba; en su mente fría de estadista sabía muy bien que los pueblos no siempre comprenden…o no lo hacen a tiempo.

¿A dónde vas Negrita?…preguntó.

Con la misma naturalidad y apuro con que en otros tiempos contestaba esa misma pregunta cuando lo cruzaba casi al alba y de paso para su despacho le dijo: » a mi estrella Juan, a la que me asignaron para que pudiese ver cada noche la Argentina y en la que, sin saberlo, mis «grasitas» me ven y me perciben».

Y ya saliendo de la casa giró sobre si misma y le inquirió: «¿no sería bueno que vos también vinieras?….»

Perón se levantó decidido, recorrió el lugar con dos de sus largas zancadas y se contestó: » si, sería bueno…y además quiero que nos vean juntos y que sepan que estamos siempre por ahí».

Le pasó su brazo sobre el hombro. Siempre supo que ese gesto la contenía y la tranquilizaba.

Ella, apoyó con naturalidad su cabeza sobre aquél pecho amado….y se sintió más segura.

Al pasar, como quien no quiere molestar, un ángel se  inclinó levemente en señal de respeto.

En definitiva aquellos dos que marchaban juntos hacia cualquier lugar de la eternidad habían tenido las mismas posibilidades y las mismas tentaciones que los que nunca vivirían en ese barrio.